04/01/2015
 Actualizado a 11/09/2019
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Una actividad muy recomendable en estas fechas es recorrer la capital de belén en belén. Los hay de todos los estilos y para todos los gustos, pero apenas es posible encontrar parroquia, colegio o institución que no exponga un nacimiento propio con alguna peculiaridad que merezca una visita. La Asociación Belenista Leonesa ha enriquecido la Navidad con su tradicional exposición del Recreo Industrial y, este año, con un belén viviente en el Jardín del Cid que hace inevitable evocar cómo debían ser aquellas corderadas y pastoradas que antaño se celebraban en nuestros pueblos.
Es curioso que aunque la Navidad y la Semana Santa compartan el mismo carácter popular y tradicional, su dramatización y su representación plástica hayan adoptado a lo largo de los siglos formas tan diferentes. Las imágenes de la Semana Santa aspiran a ser obras de arte, a veces sublimes, su autoría está reservada a los virtuosos, y la intervención en su montaje y procesión requiere no sólo la pertenencia a alguna cofradía o hermandad, sino también haber adquirido una cierta edad y dignidad dentro de la misma. El mensaje se llena con las figuras de la Pasión, especialmente con las de Cristo y su Madre, que apenas dejan hueco para nada más, y toda la representación se encorseta en rigurosos ritos y liturgias.

La Navidad es, en este sentido, un perfecto negativo de todo ello: las figuras del belén no requieren manos de artista, el Belén Hispano-Flamenco Antonovich de San Isidoro no se expone con más dignidad que el que hacen con plastilina los niños en la escuela, o los que podemos ver en el Recreo tallados en vasos, o hechos en barro y vestidos de flamencos. Cualquiera está legitimado para montar un nacimiento con los materiales más diversos y con absoluta libertad, y hasta es lícito desde antiguo incorporar movimientos de autómata, lo que sería considerado casi herético en las figuras de la Pasión.

La Sagrada Familia del belén permite, además, que hasta meros extras se conviertan en protagonistas, como en aquellos nacimientos en los que se aprovecha para plasmar viejos oficios o actividades, de forma que el espectador no acude sólo a ver el portal, la Anunciación, o a ver a los Reyes saliendo del castillo de Herodes, sino para enseñar a sus nietos a una lavandera, una matanza o un herrero, que trabajan infatigables bajo efectos de luz y sonido.

Que no falte nunca el ingenio y la creatividad popular que se depositan en los belenes de León, ni el humor que necesitan sus autores para dedicarles tantas horas cada año.
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