27/07/2018
 Actualizado a 11/09/2019
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Hágase el milagro, hágalo el diablo… y pelillos a la mar. Dos dichos populares que, parece, se han aplicado a la inauguración del tramo hasta Santas Martas de la A-60.

Algunas quejas por el exceso de tardanza en ponerla en marcha cuando hace semanas que estaba terminada, tardanza que cabe suponer que se produjo para mayor gloria del ministro anterior, que, por dejarlo pasar, se ha quedado compuesto y sin novia, novia que le ha birlado, y no porque quisiera, el ministro presente (como diría un amigo de las islas: justo castigo a su maldad). Un episodio más de los retrasos generalizados que por estos lares sufrimos en la ejecución de casi cualquier obra pública y de interés general. Y poco más.

Lees las crónicas y, aparte de un ¡ya era hora! Por doquier, no mucho más: bienvenida la autopista y a usarla.

Han sido casi doce años desde que se nos amenazó con su construcción, y dado que, como antes dije, estamos acostumbrados a que todo se retrase, a pesar de que en otros sitios de esta piel de toro los retrasos, aún existiendo, milagrosamente se esfumen, nos conformamos con lo que nos dan. Está claro que somos pocos y conformistas, porque durante todos estos años, en los que hemos jugado al que si son galgos, que si son podencos, muchas quejas, muchas opiniones, pero poco más.

Y lo curioso es que pocas o ningunas referencias ha habido de la que ha sido la principal causa del retraso desde el año 2011. Hace siete años, siete.

En aquellas fechas, por el mes de abril, a alguien con nombre y apellidos se le ocurrió que en el trazado, a los pies de Lancia, habían aparecido unos restos arqueológicos que tenían que ser musealizados.

Aquellos restos eran dos hornos, uno de ellos del siglo XVII y las trazas de una edificación de uso no determinado.

Los restos habían sido documentados a fondo, tan a fondo que los trabajos para su estudio costaron 1.734.974,88 euros, nada menos.

Y empezó la guerra, técnica, pero también aderezada con su parte de política, sobre lo que había que hacer, cuando, precisamente por la poca trascendencia de los restos, que no eran ni un circo, ni unas termas, ni tan siquiera una villa, lo procedente era protegerlos, darlos por localizados, cubrirlos y seguir adelante con el proyecto de autovía, tal y como se había hecho en otros muchos casos incluso de mayor trascendencia.

Recuerdo una villa romana que apareció en el camino del cementerio cuando se hizo la ronda sur. Unos restos más importantes que los tratados en este caso. Se comentaron, se discutieron, incluso se denunciaron. ¿Y que ocurrió? Se documentaron, se protegieron, se cubrieron y ya está. Hasta hoy.

Pero no aquí. Había que montar el número, y a caballo de lo que ya tantas veces he escrito, de que habiéndose tirado muchas cosas que nunca se debieron tirar, ahora no se tiraba nada, aunque no valga un pito, empezó la discusión, en la que terciaron todos, tirios y troyanos.

Cultura, Patrimonio, colectivos ecologistas, conservacionistas, políticos y todo aquel que quisiera, podía intervenir.

Eso sí. Lo primero, paralizar las obras.

Y a buscar alternativas, obviando la más obvia.

Inmediatamente dos sobre el papel: desviar el trazado o hacer un viaducto sobre los restos. Ambas con un costo del copón, pero, como preclaramente ya dijo la actual vicepresidenta del gobierno, doña Carmen Calvo, el dinero público no es nadie (aunque cueste un potosí recaudarlo), la cosa carecía de importancia. Y la necesidad de resolver lo más rápidamente posible la complicada salida hacia la villa y corte autonómica parece ser que tampoco. Pues nada. A gastar… y esperar. No importa.

La primera tenía un riesgo importante: en un país con más de veinte siglos de historia y siendo Lancia un histórico punto urbano de atracción, en cualquier parte de ese nuevo trazado podía aparecer algo que nos supusiera tener que volver a empezar, aparte de un nuevo proceso de expropiaciones, publicaciones, recursos administrativos y dinero a espuertas.

La segunda, con ser otra barbaridad, era más simple, aunque hubiera que hacer un viaducto de protección de un kilómetro. Vaya, una cosita de nada.

Que si son galgos, que si son podencos, nos tiramos unos añitos de discusión, cuando lo más fácil, aparte de lo natural porque, repito, lo encontrado tiene un valor intrínseco bajísimo y extrínseco aún menor, lo más fácil, aparte de protegerlos y cubrirlos, hubiera sido desmontarlos, trasladarlos y a otra cosa (no se olvide los traslados que se hicieron con la presa de Asuán en Egipto, con construcciones de valor a años luz de esto).

Pero no, había que ser purista, costara lo que costara, en dinero y en tiempo.

Así que se optó, finalmente, por el viaducto. Y me gustaría saber, dentro de unos años, cuantas personas han visitado la zona protegida.

Claro que, cuando esto sucedió, la crisis, los imponderables, los procedimientos administrativos pusieron su granito de arena para seguir retrasando la construcción.

Y digo yo. ¿No habría sido mejor destinar ese dinero, que probablemente sería más que el que se ha dedicado en toda su vida, a recuperar la ciudad de Lancia, abandonada, saqueada y cada vez más deteriorada? Vamos, que ya me gustaría a mí que se hubiera puesto el mismo arrojo, dedicación e interés en ese tema. Pero de eso, nada de nada. Ni una palabra.

Eso sin contar que, si ahora se es coherente, habrá que revisar y poner al nivel proporcional de protección todos los restos de la provincia (y de España), con el mismo rigor: todos los del casco antiguo, que, sin duda, son muchísimo más importantes, es decir, prohibiendo absolutamente cualquier tipo de edificación sobre ellos, o los de Astorga, o los entornos de cualquier iglesia, abadía, castro o monumento.

¿Qué vamos a hacer con las trazas encontradas en Puente Castro, que sin ser nada del otro jueves, son bastante más importantes? ¿Quizás otro viaducto, que por cuestiones de pendiente a lo peor tiene que hacerse desde el otro lado de río pasando por encima del actual puente? ¿Y con el área arqueológica ya delimitada existente entre esos restos y la circunvalación, que tiene un Plan Parcial pendiente de aprobación desde hace diez años a la espera de que alguien resuelva? Mal lo veo, vive Dios, que diría el Guerrero del Antifaz.

Pero no. Pasada la tormenta, llegará la calma, habremos tirado un montón de euros que falta nos hacen para otras cosas más importantes dentro del mismo campo de la arqueología, y hasta la próxima.

Cierto es que tenemos un patrimonio histórico descomunal, que no hay dinero suficiente ni de lejos para atenderlo, pero con actuaciones como ésta, peor nos va a lucir el pelo.

Somos, además de pobres, tontos y, visto lo visto, olvidadizos.
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