8M. La defensa de la salud también es la lucha contra la desigualdad

Alberto del Pozo Robles
08/03/2019
 Actualizado a 13/09/2019
En estas fechas de apoteosis prelectoral, y de otras citas, me viene a la memoria lo que nos decía un profesor de Medicina Legal y Forense que afirmaba que «quien sólo de medicina sabe, ni de medicina sabe», en una obvia llamada a descontextualizar el concepto casi hegemónico de que el ejercicio de las profesiones sanitarias sólo puede responder a lo instruido en los textos técnicos especializados, olvidando que estos mismos textos arrojan el sesgo natural de quien los escribe, bien por su entrega total y absoluta a una especialidad concreta, o bien porque inconscientemente está desacreditando esa parte del conocimiento médico que se obtiene con el propio ejercicio y el contacto con las gentes, sus costumbres, su cultura, sus enfermedades y sus miserias... Hace casi dos siglos, el profesor Rudolf Virchow ya afirmaba que «la política es medicina a gran escala», llevando esas mismas reflexiones más allá, incluso al marco ecuménico de toda actividad política, y abriendo así pues la posibilidad de contemplar un escenario en el que el razonamiento clínico y su dialéctica se evidencian tanto en la conocida micromedicina como también en la otra macromedicina. Y los profesionales de la salud no podemos obviar esto.

Hoy día ningún epidemiólogo ni experto en salud pública se atreve a negar que «la salud está condicionada por múltiples factores, no siempre infecciosos ni genéticos, sino estrictamente sociales, laborales, ambientales, económicos, alimentarios o simplemente convivenciales». No debemos olvidar que este posicionamiento, tan revolucionario para la década de los 70, fue enunciado por entonces en Canadá por un tal Marc Lalonde, que no era médico sino político, y que se ha convertido desde entonces en el esquema paradigmático de los llamados «determinantes de salud». Según Marc Lalonde, la salud o la enfermedad no estaban relacionadas simplemente con factores biológicos o agentes infecciosos, sino que, de hecho, «la mayoría de las enfermedades tenían una base u origen marcadamente socio-económico». Y los profesionales de la salud tampoco debemos olvidar esto.

Las ONG internacionales en materia sanitaria saben muy bien que en determinadas regiones del mundo la mejor lucha para defender la salud de sus habitantes consiste, por ejemplo, en instalar depuradoras de agua u otros tipos de infraestructuras. Si para ciertas zonas del mundo las vacunas pueden ser esenciales, en otras lo son esas infraestructuras, en otras unas dosis diarias de leche, en otras el abastecimiento de agua y en otras los métodos anticonceptivos, en nuestro mundo occidental ‘desarrollado’ y opulento nos resulta obsceno que la sobrealimentación y el sedentarismo puedan ser algunos de nuestros pecados en salud. La ausencia de voluntad política y de capacidad y disposición ética para defender la salud de nuestros habitantes provoca que, en éste nuestro mundo, nos cieguen ante el paradigma capitalista de la hegemonía del mercado y del consumismo, y que así por ello no atendamos a los verdaderos problemas específicos y propios de nuestra civilización hoy y aquí, como son el desempleo, la precariedad laboral, el estrés, el problema de la vivienda, los trastornos mentales reactivos, la siniestralidad laboral, la accidentalidad por el tráfico rodado, la contaminación alimentaria, ambiental y electromagnética y, …¡cómo no!!…la desigualdad. Y, claro, los profesionales de la salud no deberíamos obviar esto.

Pero cuando hablamos de desigualdad, no estamos refiriéndonos sólo a la desigualdad social de clase, en general, que también, sino a la otra, es decir, estamos haciendo referencia a la desigualdad de género, ésa que sufre la mitad de la población que soporta acoso laboral, que percibe salarios inferiores al resto de sus compañeros, que padece claros desprecios de patriarcalismo, que trabaja en subempleos y condiciones de desregulación legal, que son víctimas de maltrato físico y psicológico, que viven y soportan agresiones micromachistas, que sufren violaciones día a dia, y que alcanzan cifras de unos sesenta asesinatos anuales, casi un asesinato por semana… o sea, nos referimos a la desigualdad en salud que padecen esa mitad de la población que son las mujeres. Y los profesionales de la salud también deberíamos tener esto en cuenta.

No puede defenderse la salud, ni defender el derecho a disponer de un dispositivo sanitario público en igualdad de acceso, de calidad, eficaz y eficiente socialmente, universal y gratuito en su dispensación, sin sondear previamente los determinantes de la pérdida de salud de esa mitad de la población, y es por ello que los profesionales de la salud debemos colocarnos incuestionablemente del lado de la lucha feminista. Rosa Luxemburgo plasmaba el argumentario de su lucha «por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres»… y ella, al igual que los teóricos del pensamiento filosófico marxiano y marxista y postmarxista, culminaba que «la revolución será feminista, o no será»… Por todo ello, nuestra Asociación en Defensa de la Salud Pública de León (FADSP) no puede sino apoyar y posicionarse en defensa de la lucha feminista, y adherirse y llamar a la convocatoria de huelga del próximo 8M, porque, en definitiva, todo ello forma parte de nuestro ideario, no sólo político sino profesional y ético… ¡¡Por las mujeres, y por su Salud!!
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