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8-M: El conticinio

06/03/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Hace unos días escuché a alguien decir que la huelga del próximo día 8 de marzo iba a ser muy diferente a todas las que hasta ahora se han llevado a cabo en España. Opinaba que en el pasado las huelgas eran acciones defensivas, convocadas como respuesta a una agresión a la clase trabajadora, mientras que la que se avecina para esta semana era una huelga a la ofensiva, una movilización que pretendía cambiar el estado de las cosas. Sin embargo, aunque entiendo su argumento, no puedo compartirlo. En tiempos de sacralización de nuestra actual Constitución, en la que se proclama como norma imperativa la igualdad de todos y todas, no parece acertado pensar que parar la actividad laboral para protestar por la discriminación que sufre el 51 por ciento de la población de este y cualquier otro país deba considerarse de otra forma que no sea como pura autodefensa. Cuando miles y miles de mujeres siguen siendo asesinadas anualmente por ser consideradas como sometidas a la voluntad y los deseos de los hombres, cuando la precarización laboral a la que unos pocos privilegiados pretende condenar a la clase trabajadora se ceba especialmente con ellas, cuando muchas siguen sufriendo acoso sexual en sus trabajos con graves consecuencias cuando es denunciado, cuando la brecha salarial se agrava por muchas y muy diferentes razones pero, entre otras, por la provocada degradación de la capacidad de intervención de los convenios colectivos en el mercado de trabajo, resulta grotesco no hablar de respuesta a una agresión. Y una agresión es también que todo suceda con la pretensión de que vivamos permanentemente en una especie de conticinio, es decir, en esa hora de la noche en la que todo está en silencio. No obstante, para los antiguos romanos el conticinium era propiamente el tiempo que sucedía al gallicantus, el momento de la noche en el que cantaba el gallo. Y así puede que cobre nuevo sentido nuestra agenda. Igual sí que estamos en la hora en la que los gallos han tenido que callar sus soeces cantinelas de desigualdad, pero en la que el conticinio de esta larga noche no está precisamente en silencio.
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