26/08/2021
 Actualizado a 26/08/2021
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Retiras la vista. Echas una maldición en voz baja mientras sacas la cartera. Fundido a negro en la terraza y, pese a que no tañen las campanas, las palomas vuelan despavoridas desde lo alto de la Catedral. Vuelves a mirar el ticket y no, no hay ningún error. Te acaban de sablear siete euros con veinte céntimos por un vino y un refresco. La tapa no se disfruta igual con un riñón menos y tú, que eres de dejar propina, rebañas del platillo de las vueltas hasta la última moneda de cobre.

El aumento de precios en la hostelería leonesa ha sido una constante desde aquella engañifa de ‘Capital Española de la Gastronomía 2018’ y, con la irrupción de la pandemia, hay a quien se le está yendo de las manos. Desde luego que los bares y las cafeterías son los negocios más castigados por las restricciones, pero pretender que el cliente de a pie pague la ineficacia de las administraciones no deja de ser tomar el nombre del Covid en vano. En este sentido, un tuitero de la ciudad escribía hace poco que en León la caña se ha transformado en un corto a precio de Vega Sicilia. Acertada manera de resumir la arriesgada apuesta del sector para salir de la crisis.

Y es que precios prohibitivos crean públicos restringidos. Los bares son lo que son porque lo son para (casi) todos. En la ciudad del paro, en la capital más envejecida del país, en La Meca del tapeo y los codos en la barra, la solución a la crisis del sector ni puede ni debe llegar por una subida de precios. La clientela a la que se le está pidiendo casi dos euros por un cortado o cerca de tres por una caña también lo está pasando mal con las facturas récord de la luz y con la gasolina por las nubes. Clientes que, a ningún hostelero se le escape, son la peluquera que no ha subido el tinte y el panadero que sigue cobrando lo mismo por una chapata.

De continuar esta tendencia, es probable que los bares del centro se vacíen de leoneses y que, como ocurre en otras muchas ciudades, queden reservados para ‘dar el palo’ a desinformados turistas. Tal vez la clientela se atrinchere en los barrios o tal vez huya a esos pueblos en los que, desde hace más de una década, el precio del café sigue congelado en un euro y el del cubata en cuatro. Tal vez y solo tal vez porque debemos tanto a nuestros bares, pero tanto tanto, que siempre les perdonaremos todo... incluso estas cuentas desorbitadas con las que están tomando el nombre del Covid y del cliente en vano.
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