42 kilómetros repletos de motivos

La leonesa Elena Luna completó el último día de 2022 su particular San Silvestre, una maratón en Kenia para reivindicar el final de la mutilación genital femenina en ese país

Jorge Alonso Macía
03/01/2023
 Actualizado a 03/01/2023
Elena, a la derecha, junto a su compañera Mónica y las niñas que las acompañaron en la maratón de fin de año. | WANAWAKE
Elena, a la derecha, junto a su compañera Mónica y las niñas que las acompañaron en la maratón de fin de año. | WANAWAKE
Miles de leoneses acabaron el año 2022 a la carrera, participando en alguna de las muchas San Silvestres que de lado a lado de la provincia poblaron numerosas localidades. Sin embargo, ninguna de ellas fue tan especial ni tan cargada de un mensaje como la que protagonizó una leonesa a casi 9.000 kilómetros de casa. Porque Elena Luna acabó el año recorriendo una maratón en el entorno del Parque Natural Masai Mara, en Kenia.

No se trataba de una carrera organizada por nadie y de hecho solo fueron dos las participantes, la propia Elena y su compañera en la ONG española Wanawake Mujer Mónica Batán. Y es que esta maratón no tenía otro propósito que visibilizar el objetivo por el que pelean ellas, junto a muchas otras activistas españolas que han pasado estas y muchas otras Navidades en Kenia y que no es otra que el acabar con la mutilación genital femenina (MGF), una horrible tradición muy habitual en el país africano.

Esta práctica consiste en extirpación parcial o total de los órganos genitales femeninos, por motivos no médicos. En el mundo, más de 200 millones de mujeres y niñas han sido mutiladas y 68 millones de niñas corren el riesgo de sufrir la mutilación genital femenina antes de 2030 según datos de Unicef. Una práctica que se realiza en más de 20 países, esencialmente en África y Asia, pero también se estima que en Europa unas 180.000 mujeres y niñas corren el riesgo de ser sometidas a esta práctica todos los años, según datos del Parlamento Europeo. Una práctica que provoca gravísimas consecuencias para la salud física y psicológica de las víctimas. En el caso de Kenia, el gobierno quiere acabar con esta práctica que de hecho es ilegal desde 2011, pero continúa vigente en un proceso que apunta a ser muy largo.

«Reconozco que hasta me emociona hablar de lo que hacemos aquí, porque realmente es brutal poder estar con estas niñas y escuchar las historias que te cuentan, con 11 o 12 años tienen una madurez que le da cien mil vueltas a muchos de 30», explica Elena desde la casa de acogida que gestiona la ONG en Narok, a unas 3 horas en coche de la capital Nairobi. «Todas ellas son perfectamente conscientes de por qué están aquí, se escapan con ayuda de sus hermanos, de sus tíos, a veces de sus madres que pelean porque estudien y no quieren casarlas tan jóvenes», explica. Su trabajo para evitar esa mutilación pasa esencialmente «por la educación, hacemos con ellas un taller al que llamamos ‘rito alternativo’y el objetivo es explicarles a los 9 o 10 años, antes de que las corten, que sepan que pueden decir que no porque de hecho en Kenia está prohibido hacerlo. Si lo hacen antes de que las niñas conozcan sus derechos ya no hay vuelta atrás, así que se trata de darles las herramientas para que sepan que tienen una alternativa, después ellas van a la oficina del pastor de su aldea, o se lo dicen a sus profesores y ya las traen a esta casa de acogida».

El calor y la altitud lo hicieron muy duro, pero la felicidad de las niñas hizo no pensar en las dificultadesUn camino, el de su aldea natal a la casa de acogida, muy duro para niñas que tan jóvenes cambian su vida y que fue lo que inspiró esta maratón con la que acabaron el año y es que nada identifica más a los kenianos fuera de sus fronteras que la carrera a pie. Algo más de 42 kilómetros por caminos de tierra atravesando numerosas aldeas masáis que Elena asegura haber vivido «como una experiencia increíble, no voy a mentir porque obviamente la carrera fue dura, el calor era inaguantable y de hecho salimos a las 5 de la mañana para hacer la primera parte de noche porque sino hubiese sido imposible. Además la altitud, corriendo siempre a 1.900 metros, lo hace más duro». Sin embargo, la motivación era aún mayor que los obstáculos: «Llevábamos un coche al lado que nos iba dando agua y algo de comer y en él iban varias niñas de la casa que subían y bajaban, hacían algunos tramos corriendo con nosotras y las veías tan felices y agradecidas que decías ‘cómo no voy a correr yo esto si ellas con 10 años han tenido que hacer lo mismo solas o en un autobús con desconocidos para evitar que las mutilen’». Después de algo más de 5 horas y esa maratón ya a sus espaldas, a ambas las esperaba en la casa de acogida un gran recibimiento: «Nos habían preparado un pasillo con todas, gritando nuestros nombres, iban cantando, fue una sensación inexplicable».

La clave es educar a las niñas, que sepan que pueden decir que no porque de hecho es ilegal Y es que Elena, habitual participante de carreras en España de la mano del grupo de entrenamiento León Corre así como triatlones e incluso algún Ironman en su bagaje junto a los compañeros de Trileón, ve en el deporte una gran herramienta para dar visibilidad a su activismo, no siendo de hecho esta la primera vez que corre en Kenia por el mismo motivo: «Esta es mi cuarta vez aquí, en 2019 ya corrimos una media maratón solidaria, pero en aquella ocasión fue más organizándola nosotras para un grupo de españoles que quería correr aquí y aportó fondos para el proyecto».

Una labor impagable que «para mí es una satisfacción inmensa venir y trabajar con ellas, organizar lo que haga falta para ayudarlas» y que las jóvenes kenianas devuelven «con un cariño increíble y muchísimas ganas de estudiar, son conscientes de por qué están aquí y muy curiosas, solo quieren estar contigo para que les cuentes, que les hables...». Porque según señala, «aquí llegan niñas desde los 10 años hasta que acaban el instituto, algunas siendo ya mayores de edad, la educación aquí funciona como funciona y a veces te encuentras con niñas de 13 o 14 años que no saben ni leer ni escribir porque las han tenido en la aldea y no han ido nunca al colegio».

Además de formar a las más vulnerables, otra de las patas del proyecto es hacerlo con las madres masáis, no vinculadas con las niñas acogidas, pero que con su educación ayudan también a sus hijas: «Las enseñamos a hacer artesanía que después la ONG vende en ferias o a través de la página web, son pulseras, las mauas que son flores tipo broches o llaveros y que son preciosas... para poder hacerlo firman un acuerdo en el que se comprometen que no van a mutilar a sus hijas y que las van a llevar al colegio, porque además de para sus necesidades básicas, el dinero que ganan también es para pagar las tasas del colegio, que aunque son públicos son caros para muchas familias». Una salida alternativa que asegura «es una forma de cerrar el círculo, porque no solo cuidas a las niñas, sino que ayudas a las madres a que no necesiten casar a sus hijas jóvenes para recibir una dote, es la idea que tenemos para acabar con esta tradición que es horrible».

Una situación que asegura está cambiando «aunque muy poco a poco, hace 7 años que vine aquí por primera vez y es bonito ver los avances, es una situación cultural, no lo ven como algo para hacer daño, pero hay que cambiar esa mentalidad y de hecho la gente joven, no solo las chicas, sino también los chicos ya lo están haciendo, no quieren que corten a la chica de la que se han enamorado o que la casen con otro hombre». Además, hay que tener en cuenta que este proceso se ha encontrado con un obstáculo importante como ha sido una pandemia «que ha hecho mucho daño, muchas niñas que no cabían aquí por las limitaciones tuvieron que volver a sus aldeas con la gente que quiere hacerles eso porque no las ven como mujeres completas o simplemente cerraron las escuelas, lo que también les ha hecho conscientes de lo necesario de la ayuda exterior».

Una ayuda a la que cualquiera puede contribuir financiando parte de este gran proyecto de muchas maneras. En la web de la ONG (www.wanawake.es) se puede adquirir la artesanía que realizan las mujeres masái y cuya recaudación va íntegra al proyecto, financiar lo que definen como una «beca para el no» que cubre los gastos de una de las niñas que ha huido de su aldea para evitar la mutilación, hacerse socio de la ONG o simplemente realizar una donación. Una manera más de ayudar a que los pasos de Elena en Kenia lleguen aún más lejos.
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