26/12/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Sobre las cenizas de este último año, consumido a mi entender con la fatal sensación de la pérdida de tiempo para este país, habremos de construir el espacio de otros nuevos 365 días que siempre aspiramos que sean de mayor justicia, igualdad y progreso. Los que estamos a punto de dejar atrás fueron tiempo de vueltas sobre vueltas, siempre dejándonos en el mismo lugar. Lo comprobamos con el problema que llaman territorial, aunque en realidad lo es de entendimiento y gestión de la diversidad; y lo soportamos a duras penas con el deseado desmantelamiento final de la mentira de la austeridad como receta para salir de ese fenomenal lío en el que la avaricia y la sacralización de la mentalidad capitalista condujo a las sociedades occidentales.

En este sentido 2017 se caracterizó por la aceptación de la idea de solo el aumento del poder adquisitivo de la clase trabajadora puede activar la economía, de que solo con un reparto equitativo de la riqueza se puede construir una sociedad justa, de que hay que aumentar los salarios y promover un mayor nivel de inversión pública.

Pero el modo peonza en el que estamos instalados no nos lo permite. Unas veces por cálculos electoralistas, otras por conseguir desviar la atención de la corrupción y del enorme deterioro de la imagen de las instituciones, otras por simple egoísmo y cortedad de miras, seguimos dando vueltas sobre lo mismo sin dar un paso al frente, reconocer el error cometido en estos años.

Y los gobiernos, que son elegidos para marcar el rumbo, son capaces de asumir su responsabilidad. Ni se decide aumentar el salario de los empleados y empleadas públicos como primer paso de un movimiento que tendría que afectar al conjunto de las personas asalariadas, ni coloca el SMI al nivel necesario, ni rectifica esa enorme aberración que fue la reforma laboral. Solo andan titubeando, haciendo pequeños gestos, promesas vaporosas sobre como atacar el problema de la temporalidad y la precariedad laboral. Pero los días pasan, no esperan. Y 2018 se acerca apresuradamente, y creo viene vestido con un llamativo ropaje: el hartazgo.
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