26/12/2014
 Actualizado a 19/09/2019
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Querido año viejo: Te escribo para despedirte, para desearte paz y descanso. Debes, sin duda, de estar agotado. Doce meses, trescientos sesenta y cinco días sin descansar, debe de trastornar a cualquiera. Más aun a ti que, al nacer, ya sabías tu fecha de caducidad. Es tu diferencia con los hombres, la única diferencia; nosotros no sabemos cuando hemos de morir.

Te vas y no volverás; sólo serás un recuerdo. Seguramente muchos no te echemos de menos. Olvidaremos las guerras, las epidemias, los terremotos, las erupciones de los volcanes; olvidaremos las muertes que han causado, miles y miles de personas que sólo habían cometido un error: estar allí, en el momento y el lugar equivocado. Sé que el año anterior y el anterior y el anterior del anterior fueron igual de malos, igual de nefastos. Pero, créeme, el hombre olvida lo malo, porque si no es así sería imposible seguir viviendo.

Pero no sólo es eso lo que tendremos que olvidar. La mayoría de los hombres en tu transcurso, habrán perdido a alguien querido o cercano, otros se encontraron, de pronto, en medio de la calle, sin sueldo, sin recursos, sin dinero para comprar los libros de sus hijos; alguno habrá sido abandonado, y se sentirá solo, sin nadie con quien discutir, besar, viajar o dormir a su lado. Estos, querido año viejo, te intentarán olvidar, borrar de sus recuerdos, encerrar en el cuarto más profundo de su cerebro y cerrarlo con siete llaves.

Pocos serán, sin duda, los que te añoren. Esos, los menos, son los que han encontrado un buen trabajo, o han conseguido comprar un pisito o un coche nuevo, o se han casado llevando las arras teñidas de ilusión y esperanza. Esos, querido año, no te olvidarán o lo harán con menor premura. Aunque, como te digo, serán pocos, porque la felicidad, en esta vida, se nos da en pequeñas cápsulas, demasiado pequeñas para seguir viviendo.
No tienes más que mirar la cara de las gentes, cuando vayas paseando en primavera o estés, año viejo, tomando un café en cualquier terraza de verano. La mayoría son tristes, sus ojos están envueltos en legañas de tristeza, el rictus de la boca es duro... pocos son los que sonríen o los que dan saltos de alegría. Y estas cosas suceden en medio de tu vida. Por eso, casi todos, tenemos ganas de pasar la última hoja de tu carnet, el calendario, y pensar que tu hermano, el año nuevo, va a ser mejor.

Lo mejor, viejo, es que te vayas de una vez sin dar más ruido, como si fueses un muerto de una de tus guerras que, al final, no sabe porque demonios ha muerto.
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