10/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Lo primero es devolver a los días su honor y sus misterios, liberarlos de una vez de la cárcel material del calendario, en la que llevan penando injustamente siglos y milenios». Así comenzaba mi primera columna en esta Nueva Crónica. Elegí el miércoles por ser el día dedicado al dios Mercurio, amigo de los hombres y dispensador de alegría. Elegí a Mercurio, caudillo de sueños y vigilante de las puertas, por ser protector de los ladrones y divinidad de los cruces de caminos.

De alguna manera, pero nunca maliciosa, cada miércoles les robo a ustedes, lectores, un poco de su tiempo y también, cada miércoles, esta columna es más bien crucero donde nos encontramos y no siempre para estar de acuerdo. Y así, cuenta contando, no sólo van 3, como en el soneto de Lope, sino que, con esta de hoy, van 200.

«Yo pensé que no hallara consonante». Hace falta valor para creer que uno tiene algo que decir, cercano a la locura quien 200 veces cree que podría decir algo. Aquí hemos hablado de huertos y desiertos, de multitudes y páramos, de mariposas y de moscas de mayo, resumiendo, de lo humano y lo divino, que diría el clásico. Aunque creo, como Gustavo Bueno, que no es bueno respetar las opiniones, he intentado ser respetuoso. También he preferido salir del caudal vertiginoso de la actualidad y mojar los pies en aguas más tranquilas. Casi siempre he buscado el lado bueno y nunca ha sido mi intención fomentar el odio. Al igual que en judo te aprovechas de la fuerza del contrincante, nada hay que fortalezca más al enemigo que tu odio. Tampoco ha sido mi intención pontificar. Considero que el puente más fascinante es el que el poeta levanta con cada metáfora y de entre todas ellas, esta es la más bella y más triste que conozco: «Mi corazón, pecera melancólica, penal de ruiseñores moribundos».

Mucha agua ha pasado bajo el puente en este tiempo y ya dijo Heráclito que nadie se baña dos veces en el mismo río. Supongo que mis opiniones habrán ido cambiando, algunas incluso hasta volverse el contrario del espejo o el abrazo contrario de Saravia. Nunca he tenido problema en cambiar de opinión. Si todo cambia, también deben cambiar las opiniones y además, aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia. Cómo no va a cambiar mi forma de comprender el mundo si León lo ha cambiado todo.

Gracias, queridos lectores y feliz verano.
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