19/11/2019
 Actualizado a 19/11/2019
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Los colores se han deshecho ya sobre tu cabeza, donde ya no tiene sentido amordazar el blanco caprichoso que al final regresa a un presente pretérito que se contagia por debajo de la piel. Se arrodilla la gama cromática ante los años y también los recuerdos van diciendo adiós, sin peleas, en un atardecer de cantares pasados. 106 sopla la abuela de San Román de Bembibre, la zamorana de Sejas de Sanabria que ahora cubre los tres puntos cardinales de su vida en Barcelona, primero con suspadres, después con su marido y ahora con su hijo, orgullosa de los suyos. Y es feliz en todos ellos, y a todos quiere volver, aunque ya no sepa lo que buscar allí ni cuál es quien. Se han mezclado los lugares y las gentes en un nido de avispas amigables que revolotean por su reloj. Y mientras zumban a su alrededor, Feli canta, para espantar nada, solo porque es feliz de mantenerse centenaria, sin más bastones que los corazones de los seis hijos, hoy cinco, que han parido arterias de nietos, donde sigue latiendo y con la misma imagen de la abuela tricotando como si no hubiera mañana. Es la estampa de un cuadro sin autores que miramos por una mirilla de silencio y kilómetros, sin que ella se dé cuenta. Un espacio pequeño que da paso a uno eterno donde nada cambia. Abu sigue repartiendo caramelos entre los bisnietos, haciendo tapetes de ganchillo, posavasos y jerseys de lana que no necesitan medidas porque siempre servirán para el que ella quiere que valga . Un agujerito para ver a esa Feli con galones de madre, abuela, bisabuela, de recuerdo y ejemplo, de nuestra necesidad. Es un 106 que gana posiciones al destino otro 22 de noviembre y por el que, un año más, desde la distancia, soplaremosotra velacon el mismo deseo, que el candil de tu inmensa habitación siga encendido.
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