04/02/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Aquella madrugada (para mí las mañanas empiezan a las 8:50) era oscura y fría, sobre todo porque veníamos de otro caluroso septiembre. Esto era 2002 e iba a mi primera clase en la universidad. Según fueron pasando los años cada vez miraba con más recelo a los compañeros de curso que querían ser directores de cadenas de televisión o sus ídolos eran famosos de las letras, de las pantallas o de las ondas. Quizá era un tipo raro, pero luego me he dado cuenta de que había más gente como yo. En la Facultad pensé que se iniciaba una revolución para mí, aunque la primera de las tres que he tenido en mi vida no llegó hasta 2005. La segunda fue por irme a vivir solo y de la tercera ya llevo hablando un tiempo aquí aunque todavía no he dicho nada. Aquel revolucionario día era 1 de febrero de hace justo diez años y pisé por primera vez una redacción de un periódico. Y de ellas casi no he salido en esta década. Aquí he aprendido que los verdaderos ídolos son los que trabajan a tu lado, los que te enseñan más que mil clases de Periodismo o tuits muy ingeniosos, a los que copio formas de trabajar sin descaro, para intentar ser como ellos. Por eso, si algunas veces hago bien mi trabajo es gracias a mis compañeros de este periódico. Pero también a las de Tam Tam Press, y a los que tuve en El Norte, El Mundo de León, la vieja Crónica, El Mundo de Valladolid o Tribuna de Salamanca. Y a los de otros medios/bares. Quizá es más mérito de todos ellos que mío haber aguantado tanto tiempo haciendo lo que me gusta.
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