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Yuxtaposiciones

27/11/2022
 Actualizado a 27/11/2022
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«Hace ocho años, un hombre disparó a mi marido y lo mató. Once meses después, ese hombre fue condenado por asesinato». Podría ser el comienzo de un reportaje de sucesos en el que la viuda mira a la cámara con gesto grave y las lágrimas contenidas. Sin embargo, quien emite esas frases está sonriente y haciendo un bailecito en ‘TikTok’. Algo parecido sucede en otra escena: Una madre está junto a su bebé recién nacido, éste metido en una cuna de hospital y con una sonda. Otro usuario le dedica sus oraciones y pregunta qué le pasó al pequeño. La mujer responde a través de unos sobretítulos mientras realiza, también risueña, movimientos sexys: «El pequeño Lee tuvo que ser ingresado por tener bajo el oxígeno en sangre. Dio positivo en virus sincitial respiratorio. Estamos esperando a que respire mejor por sí mismo».

Hay quien se lleva las manos a la cabeza, dice que es el fin de la civilización, etcétera, etcétera. Será porque no frecuenta habitualmente las redes sociales. Uno de los fenómenos más interesantes de éstas es la yuxtaposición demencial de los ‘timelines’ (líneas temporales o páginas de perfil) de los usuarios. A un mensaje de denuncia de atrocidades con ancianas ucranianas despedazadas por bombas rusas le sucede una coreografía sexy o un ‘selfie’ sin camiseta y los abdominales marcados. El relato que hacemos de cada uno de nosotros no está en el contenido de cada una de las manifestaciones aisladas, sino en el sentido global de esa acumulación esquizofrénica.

La trascendencia y la banalidad están al mismo nivel, la cochambre dialoga con la grandeza y la verdad no se distingue de la mentira. La única constante en este ‘totum revolutum’ está en la exhibición del virtuosismo propio. Se incide en que determinado famoso ha «compartido» con el resto del mundo tal o cual protesta, o bien que ha metido la mata al ‘postear’ algo imprudente. Pero casi nunca se habla del sentido global, del ‘subtexto’ que hay bajo todos esos bytes, megas y gigas de información que el ser humano produce incesantemente y que vuelca a través de sus perfiles públicos en internet.

Y ésa es la mayor chaladura: que se ha perdido la barrera entre lo público y lo privado, entre lo íntimo y la fachada. Lo impúdico, hoy, no es enseñar más o menos las zonas erógenas, sino no elaborar de manera consciente el libro de nuestra vida. Al contrario: dejamos que la realidad se nos escriba con todo lo que caiga por el sumidero de la cotidianeidad.
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