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Ya ni los mastines ladran

01/08/2020
 Actualizado a 01/08/2020
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No sé por qué sigue pujando por la vara de avellano si en estos tiempos de resuello permanente todo anda como trastocado. Pero él sigue con su ritmo y ritual de siempre. Es el viejo compañero corredor con el que me cruzo todos los veranos cuando voy a triscar por la Vía Bardaya. Este año andaba preocupada porque transcurrían las jornadas y no acababa de verlo. Pero emergió de nuevo. Con su clásico cetro defensivo. Sigo sin saber por qué ese engorro si correría mas ligero de manos vacías. Si ya no nos importunan saliendo al camino con sus fauces amenazantes dispuestos a dejarse la piel por ellas. El otro día un pequeño rebaño nocturno andaba en estampida por delante de casa mezclándose en insólito paisaje con los murciélagos que se cebaban a la luz de la farola. Desazonaba ver balar a los corderillos en angustiada orfandad. Pero pronto cesó su desdicha. Se ve que fueron capaces de auto regularse a falta de presencia de can alguno. Por eso no entiendo que el arcano atleta siga empeñado en portar tan engorroso cetro. Lo mismo fue que le tomó cariño al palito durante el confinamiento. Tanto tiempo enchiquerados da de sí para desarrollar los apegos más diversos.

De eso trata un curioso experimento social iniciativa del Museo Nacional de Antropología. Si realizan una visita virtual a su página web y recorren la Sala 2 llamada Patrimonio Cercano podrán conocer los objetos a los que nos hemos aferrado durante los días de cuarentena y que van desde las maquetas de distintas ciudades confeccionadas por Pablo que al chavalín le ayudaban a empatizar con el resto del planeta consolándose con que el mal era compartido, hasta la figurita del San Pancracio de Clara y Jaime, que tomando vida propia se quejaba de que sus descreídos dueños le tenían relegado al ostracismo pese a ser depositario de los secretos de la abuela y su perejil. Yolanda confesaba en otro de los vídeos que sus tesoros eran la mascarilla y la litrona, la primera por protectora, la segunda por inmunodepresora. Rocío en cambio exhibía orgullosa una bola pokemon comprada en una gasolinera por 2.50 que hizo las delicias de su niño de ocho meses librándola de más de un ataque de nervios. La pregunta sin resolver que la sala de los venerados objetos nos deja es el insólito apego que una gran parte de la población experimentó por el papel higiénico. Será uno de esos misterios sin resolver que dejarán estos tiempos confusos. Como el motivo por el que este verano andamos como oveja sin pastor ya que ni los mastines ladran.
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