Y, sin embargo, libres

27/03/2020
 Actualizado a 27/03/2020
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Confinados o libres siguen siendo dos mundos. Mientras en la ciudad se piden los perros prestados para poder pasearlos y hacerse trampas al solitario en las calles de los pueblos siguen gobernando los perros libres y los gatos que achusman desde la gatera; todos confiados además pues han leído que la Organización Mundial de la Salud confirma que no ellos no tienen la culpa de nada.

Ya era hora de que no les echen la culpa, que ya se sabe el viejo dicho de que «da igual que eructe el amo, la culpa la lleva el perro».

La vida sigue igual, para ellos y Julio Iglesias. A la una en punto pasa la mastina de Jaimito y juega un rato con quien quiera; a las dos viene la Tuli, que sabe que tuvo un hijo aquí y hay que visitar a la familia;a las tres pasa Potete, un buscavidas que sabe que es la hora de acabar de comer en las casas...

Y desde la gatera vigila y les vacila el gato de Aurelia. Parece preso entre la gatera y la alambrada, preso y presa fácil, pero un gato jamás está preso. Cada día, cuando le descubren allí tomando el sol, ladran como si le fueran a comer de un bocado pero él no se inmuta.

Nunca sabrás por dónde, nunca sabrás cómo, pero en la siguiente escena el gato ya está en el regazo de su ama, mirando por la ventana, hablando entre ellos. «Un día te van a coger».

Y el gato ni se inmuta. Mueve la cortina y le enseña la calle. Es suya.
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