Imagen Juan María García Campal

¿Y las flores? ¡En vida!

27/10/2021
 Actualizado a 27/10/2021
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Presto el final de este otoñal mes de octubre. Prontos las luces y sombras, el haz y el envés de ese antinatural cambio horario que acarrea. Me incomoda su hacer en exceso madrugador el ocaso de los días, mas, por el contrario, me agrada su tornar menos tardío el mañanear de las amanecidas.

Sí, aun sea desde mi urbano observatorio, ver y admirar la evolución lumínica del alboreo de cada día es cosa que no solo me complace sino que también me mueve a la gratitud existencial. Y ello, aun cuando cada mañana y noche me amilane el descuadre que presento entre la abundancia de lo recibido y la poquedad de lo aportado. No por otra cosa en esos momentos, y profanamente, invoco a los dioses todos en que no creo para que eviten, en lo posible, exigirme saldo cero a la hora de cerrar el balance de los días vividos. ¡Ah fortaleza, ah serenidad, no huyáis de mí!

Presto el otoñal noviembre. Prontas las tradiciones de la cristiandad (buena y temprana la hiciste Odilón de Francia) con sus todos los santos (santos, de santidad, no de la onomástica) y sus fieles (ojo al determinante matiz) difuntos. Costumbres que las floristerías y los socorridos bazares ‘chinos’, con sus multicolores y callejeros despliegues forales, nos recuerdan y anticipan a los infieles (de la segunda acepción del término) en su variado detalle: que si agnósticos, que si ateos, que si seguidores de otra y falsa deidad. Falsa, pues así dice la dicha acepción: «que no profesa la fe considerada como verdadera». Cosas del lenguaje como instrumento del poder o del poder como manipulador del lenguaje.

Nunca practiqué esa costumbre de acudir al cementerio en la fecha eclesialmente establecida hace quinientos años. Pero es que mantengo la suerte de que mis ausentes –de nuevo aquí parte del verso de Francisca Aguirre ‘los muertos no mueren’– me habitan en innúmeros usos cotidianos, ecos de sus enseñanzas. Y miren que son las necrópolis lugares por los que, a veces, gusto de pasear y en las que más de una congoja he serenado, contuviesen o no tumba de seres queridos. Tumbas a las que, sin embargo, sí me acerco a compartir algunas alegrías y, en tiempos de tribulación, a pedir consejo para la toma de graves decisiones.

No obstante, sea por lo religioso, sea por lo laico, nunca está de más dedicarle algo de tiempo a la consideración de algo tan sabido, natural y obviado como es nuestra finitud.

Sí, como amante de la vida es conveniente hablar con la muerte.

¡Ah y las flores y te quiero(s), en vida!

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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