Y el perro flaco se comió las pulgas

Por Alejandro Cardenal

24/11/2020
 Actualizado a 24/11/2020
Yuri conecta un cabezazo frente al Zaragoza. | LALIGA
Yuri conecta un cabezazo frente al Zaragoza. | LALIGA
Siempre he tenido fama de ser algo gafe. Gafandro me llegaron a apodar algunos ‘simpáticos’, aunque recordando cómo descubrí un avispero en la boca del depósito de gasolina en el mismo viaje en el que mi pobre 107 decía basta a 100 metros del cartel de bienvenida de la comunidad autónoma en la que iba a iniciar mi nueva vida, pues quizá era merecido.

El caso es que mis penurias vienen de lejos. De no poder ir a ver al Zaragoza a ganarle una Copa a los galácticos en la prórroga por hacer un examen de oraciones subordinadas, pero eso sí, ver en riguroso directo como el Espanyol le pintaba la cara dos años después en una final a la que llegaba después de haberse cargado –con ‘set’ incluido al Madrid– a todos los cocos. O aquella agradable visita de seis horas al Louvre escayolado en la que una de mis muletas se partió por la mitad.

Sí, soy una ley de Murphy andante. Aquello de que ‘a perro flaco todos son pulgas’ me define a la perfección, pero la Deportiva me ha enseñado que de eso también se sale, que cuando vienen mal dadas y las pulgas te invaden, es mejor revolverse y liarse a mordiscos que rascarse. Fue una pena que eligieran a mis paisanos para la lección, pero era el momento idóneo.

Después de los últimos resultados todos empezábamos a ver fantasmas detrás de cada esquina y, después de una primera parte aberrante en la que le parten la cara, literalmente, a tu delantero, encajar un gol a los 30 segundos no invitaba al optimismo. Tampoco el historial de un equipo al que, de vez en cuando, le da por hacer milagros y resucitar rivales que tenían un pie en la tumba.

Sin embargo, si es en los momentos más difíciles cuando tu verdadera naturaleza competitiva sale a relucir, la Ponfe demostró que es un hueso duro de roer. Y que tiene carácter para dar y regalar.

No es fácil reaccionar como lo hicieron los blanquiazules. ¿Quién no ha derrochado tiempo lamiéndose las heridas después de un tropiezo? Por suerte no fue el caso. La segunda mitad de la Deportiva fue la enésima demostración de que lo que decía en mi estreno en este espacio –lo de que están locos estos bercianos– es irrefutable y que las cosas podrán salir bien o mal, pero nunca se podrá criticar ni su actitud, ni su voluntad de luchar hasta el último segundo. Y teniendo todavía bastante nítidos los recuerdos de la temporada del descenso o aquellos dos primeros años de vuelta a Segunda B, es tranquilizador.

Y aprovecho estas líneas para acordarme de mi padre y de mis amigos de Zaragoza, que han pasado de disfrutar de Esnáider, Higuera, Poyet, Villa o los Milito a sufrir al único italiano que no sabe competir o a un capitán más preocupado por su bigote que por defender su escudo. Ánimo.
Archivado en
Lo más leído