01/12/2019
 Actualizado a 01/12/2019
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Hay vuelcos que dejan mal cuerpo, como los del corazón, y vuelcos que sientan de fábula, como los del cocido, que cuando llega el tercero es cuando cae uno redondo de placer. Por eso acabar con la sopa es una gran idea. Porque estoy casi seguro que a diario comemos del revés. Empezamos por lo ligero y acabamos por lo fuerte para luego rematar con fruta. Y deberíamos hacerlo en sentido contrario. Ya hace muchos años que mi prima, siempre ávida de tendencias saludables, introdujo en mi casa el hábito de empezar con la fruta, por lo de saciarse antes. No fue mala idea y ahora yo digo, después de tomarme el mejor cocido maragato posible, que lo suyo es empezar por la carne y acabar con la sopa, de cocido, de pollo o de verduras. Que sí. Que le den un vuelco al asunto, y verán qué digestiones más placenteras, incluso las del cocido.

No quitó ese día en Santiago Millas para que nadie de la encantadora familia con la que fui a comer se quedase con hambre o estuviese dispuesto para el ejercicio después. Pero hubo sorpresa. Una visita a un sitio insólito. Sonaba el pitidito de bajando de 4ºC en el coche, y según la Aemet ese día la sensación térmica era inferior a la temperatura en 3 gradazos, por la alta humedad. Ya saben, esa que sube por los pies y se enreda por el resto del cuerpo avanzando con la velocidad y la determinación de un poto. Con esas estábamos cuando llegamos a un prado atiborrado de frigoríficos tumbados, tambores de lavadora rodando, carricoches, calderos colgados, hornos desportillados, neumáticos sin llanta, cadenas empalmadas y canalones seccionados. Cualquiera pensaría que nos encontrábamos en una chatarrería, en un punto limpio o en el limbo de los electrodomésticos. Pero en realidad, habíamos llegado al gimnasio al aire libre de Valdespino de Somoza. Una intervención desinteresada y muy esforzada del profesor Manuel de Arriba Ares, donde no hay grupo muscular que no tenga una estructura indicada para tonificarlo. Las hay a pares, si no a triples, todas construidas a partir de madera de negrillo y los elementos ya mencionados.

Lo hablábamos allí, mientras probábamos cada ingenio con ilusión desbocada ¿correría este sitio genial algún riesgo si fuese ampliamente conocido en la provincia? Quizá. Pero visto que no soy el primero en publicitarlo en prensa y que merece tanto la pena verlo como el Palacio Episcopal de Astorga, les animo a que vayan. Siempre respetando la precaución que verán escrita en varias garrafas: «No excederse con pesos en los calderos». No les vaya a dar un vuelco el corazón.
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