santiago-trancon-webb.jpg

¿Violencia de género?

16/01/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
Violencia machista o contra las mujeres, se entiende. Violencia xenófoba, homófoba, hispanófoba, también. Igualmente violencia fascista, antisemita, terrorista, yijadista... En estos casos, queda claro contra quién se dirige la violencia, y también su origen (el odio, manía o fobia contra un grupo social diferenciado). Salvo en el caso de la «violencia machista» (que incluye al autor de esa violencia, «el macho») estos subtipos de violencia no son necesaria o exclusivamente ejercidos por hombres, pues nada impide a una mujer odiar o agredir a un hombre o a otra mujer, o ser xenófoba, homófoba, hispanófoba, fascista, antisemita o terrorista.

Digo que estos subtipos de violencia pueden más o menos entenderse y definirse, pero ¿podemos hacer lo mismo con la «violencia de género»? El genitivo «de género» es, en este sintagma, una anomalía semántica y gramatical. Necesitaría, para ser comprensible, un complemento: «de género masculino», o «contra el género femenino», por ejemplo. De hecho, no existe ninguna otra construcción sintáctica equivalente en español (¿una frase de género?, ¿un árbol de género?, ¿un enfrentamiento de género?), salvo el derivado «ideología de género».

La expresión «violencia de género» es un uso inapropiado del lenguaje que violenta las normas de combinación morfosintáctica del español, tan inaceptable como esa otra de «nación de naciones», sobre la que ya he escrito que es un imposible semántico. Sin embargo, la «violencia de género» aparece de forma obsesiva, reiterada y ostentosamente en todos los medios y en boca de todos (y todas).

Que esta distorsión lingüística haya llegado a formar parte del corpus legislativo y punitivo indica hasta qué punto hemos perdido el control de los poderes del Estado, otorgándoles una capacidad de intervenir en nuestra mente imponiéndonos un lenguaje cargado de ideología. Porque esto de la «violencia de género» funciona porque remite a una ideología sobrentendida: el feminismo ultra, que ha acabado sustituyendo al feminismo, un movimiento que en su origen defendió la muy justa y necesaria igualdad social (legal, laboral, económica) entre hombres y mujeres.

El feminismo ha acabado convirtiéndose en un esperpento de sí mismo, en la justificación ideológica de una lucha general y omnipresente contra los hombres, identificados como machos depredadores, biológica y genéticamente agresivos y maltratadores de la mujer, potencialmente asesinos, a los que sólo mediante leyes estrictas, castigos, penas y amenazas pueden ser controlados.

Porque no basta con castigar los hechos –lo único que debe regular la ley–, sino que es necesario perseguir y penalizar las actitudes, los pensamientos, los sentimientos, el lenguaje, todo aquello que se interprete como el origen y la causa del mal, un mal definido siempre como absoluto.

Toda violencia o agresión de un hombre a una mujer es consecuencia de su «género» (condición biológica y sociopatriarcal); no es posible ninguna otra atribución causal (ni familiar, ni religiosa, ni patológica, ni económica, ni ambiental). De acuerdo con este reduccionismo causal, ¿cómo interpretar el que una mujer mate a su hijo, a su marido o a su padre? ¿Lo hace por ser mujer?

La diversidad de causas y formas de violencia en nuestra sociedad obliga a que la ley se centre en los actos violentos, los tipifique en sí mismos y deje fuera cualquier atribución causal subjetiva imposible de demostrar como agravante de los hechos. El principio de que a iguales hechos, penas semejantes, debiera ser el criterio dominante. Una distorsión tan arbitraria como la que la ley actual establece perjudica no sólo a los hombres, sino a las mujeres, como se está viendo por las reacciones que está provocando.

Resulta igualmente insostenible que, por el hecho de ser mujeres, se ignore la violencia ejercida por mujeres contra hombres o contra otras mujeres, o que se olvide la violencia que los hombres ejercen contra otros hombres, como si hubiera asesinatos de primera y de segunda. ¿Por qué es más grave que un hombre mate a una mujer que a un hombre, cuando los hombres matan más a los hombres que a las mujeres? ¿Esta lacra no es también fruto del machismo, de la educación patriarcal, del ADN?

Este peligroso entramado ideológico-moral-legislativo está produciendo efectos perversos en las relaciones entre hombres y mujeres, desvirtuando los impulsos naturales (mutuos), sometiendo la conducta a normas arbitrarias que provocan reacciones contrarias a las que se pretenden imponer. La evolución de la sociedad va hacia el respeto, la defensa de la mujer y el rechazo a toda discriminación, violencia o maltrato por el hecho de ser mujer, pero también contra todo tipo de violencia ejercida por quien sea contra quien sea. No es incompatible lo uno y lo otro. Ni creo yo que sea tan difícil recogerlo en las leyes.
Lo más leído