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Vientos con mala reputación

06/04/2020
 Actualizado a 06/04/2020
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En el capítulo V y último de la novela ‘Muerte en Venecia’, de Thomas Mann, podemos ver una detallada crónica de la actitud de las autoridades ante la llegada de la peste, una pandemia semejante a la que estamos viviendo ahora con el coronavirus. Ante los primeros síntomas, y más preocupados por la pérdida de turistas que por proteger a la población, tratan de disimular el olor fétido y la agobiante atmósfera que invade la ciudad de los canales, con el viento siroco. «El siroco no es bueno para la salud», era la única respuesta.

El Siroco es un viento del sudoeste del Mediterráneo que viene del Sahara hacia el sur de Europa cargado de polvillo rojo. Es el Xaloc catalán, el Gibli en África, relacionado con la estrella Sirio. Compite con otros vientos como el Mistral, la Tramontana o el Levante, todos ellos dueños y señores del Mediterráneo, el mar de Homero (la ‘Odisea’) y de Virgilio (la ‘Eneida’), una fuente importante de nuestra cultura. Porque aunque no seamos muy conscientes de ello, los leoneses llevamos en la sangre mucho de este mar latino y nuestro también: nombres, costumbres, cultivos, arquitectura, leyes; hemos sido impregnados de una cultura que llamamos «clásica» y que ha ido amalgamando a lo que de celtas, africanos, judíos, y demás, hayamos podido ir heredando también.

Pero el siroco no sopla en las montañas de León. Por otra parte, nosotros nunca le podríamos echar la culpa de una pandemia a un viento, ni siquiera a ese cierzo que a veces entumece mente y corazón. Nosotros buscaríamos una causa más acorde con nuestra desesperación y señalaríamos directamente a la divinidad. Nos pasaría como a Hans Castorp, el personaje de ‘La montaña mágica’, cuando llega desde Hamburgo al Sanatorium International Gerbhof, en la alta montaña del cantón de Grisones, en Davos Platz y le advierte su primo: «Aquí las opiniones cambian».

Y vaya si cambiaban. Cuando se enteró que, de un sanatorio aún más alto, tenían que bajar los cadáveres resbalando por la nieve y preguntó por la pureza del aire, le dijeron: «Aquí el aire tiene muy buena reputación». Cuando tuvo el primer encuentro con el Dr. Krokovski se percató de que se encontraba atrapado en la adversidad: «Aquí ni hay tiempo, ni hay vida». Y de poco le sirvió la experiencia de su primo que llevaba meses allí: «Es muy posible que uno se vuelva cínico entre nosotros».

Es lo que tienen las pandemias, que siempre hay algún viento malo al que cargarle todo el peso de la desgracia. Todo menos provocar el rencor de divinidad alguna.
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