10/05/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Cada 500 años, desde un nido de ramas de canela y roble, mirra y nardos, el ave Fénix entonaba melodías sublimes antes de propiciar su propia muerte, consumida por las llamas, para resurgir de sus cenizas tres días más tarde, más poderosa y sabia. Parece que el hombre quisiera imitar a la mítica garza construyendo templos y catedrales que, como una alegoría, elevan sus alas de piedra al infinito, para acabar siendo pasto de las llamas. Hace días, vimos sobre el cielo de Paris las inmensas llamaradas que lamían la cabeza de Notre Dame y devoraban la filigrana de 96 metros que la coronaba. Estremecedor verla, convertida en ascuas, doblar su cuerpo derrotado y morir ante millones de testigos, sin comprender nadie que el Sena no alzara el vuelo y la salvara. Las comparaciones con su hermana, la Pulchra Leonina y su fatídico incendio, fueron inmediatas.

Se rumorea que La Pulchra, saltándose los protocolos diplomáticos, se puso en contacto con su hermana gala, con ese lenguaje gótico que cruza las fronteras del espacio y los idiomas: «Querida hermana. Desde el día de tu desgracia, me escuecen tus piedras, me ahoga tu humo y me da frío tu intemperie. León lloró por ti y mis gárgolas entonaron cantares tristes de agua y piedra, aunque los hombres piensan que fue un cambio de tiempo. Permite que te ayude en tu reposo hasta que el tiempo cicatrice tus heridas, que yo sé lo que duelen. Te envío colores para tus vidrieras, hasta que se cure el humo de los tuyos y sol para jugar con ellos, luz para que baile con tus sombras y la fuerza de mis bóvedas para que abracen a las tuyas. Haz la vista gorda si sus aristas se besan allá arriba, en las ojivas, sabes que son incorregibles.

Tú, mantén la calma, querida hermana, que aún te falta otro incendio: el debate entre los que quieren modernizarte y los que prefieren que resurjas siendo idéntica. Ojalá se limiten a darle un techo digno a la historia que cobijas y no pretendan coronar tu cuerpo mutilado con algún esnobismo arquitectónico. Y que no caigas en manos de cirujanos ambiciosos, intentando convertirte en una burda réplica de ti misma, ignorando que los siglos que dormían en tus piedras no pueden ser clonados. Ojalá permitan que aquel encaje de piedra que trepaba por tu cielo, permanezca solamente en el vacío, en los lienzos que salpican tus bulevares y en la memoria de tus poetas. Porque sólo el ave Fénix es capaz de resurgir de sus cenizas tal y como era.

Abrazo de cristal y piedra. La Pulchra Leonina».
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