Valentín Carrera: "El hilo conductor del libro, y de la vida, es el destino, el azar"

‘Antártida’ es un libro global: un viaje en compañía de los grandes exploradores del Polo Sur, pero también un viaje emocional, un relato de divulgación científica y un alegato ecologista contra el calentamiento global y el cambio climático

L.N.C.
16/05/2020
 Actualizado a 16/05/2020
El autor del libro, Valentín Carrera, en Port Lockroy en 2017. | EDICIONES DEL VIENTO
El autor del libro, Valentín Carrera, en Port Lockroy en 2017. | EDICIONES DEL VIENTO
Tras dos viajes a la Antártida, en 1986 y 2016, habiendo navegado más de cuarenta mil kilómetros, y habiendo cruzado diez veces el Paso Drake, Valentín Carrera desnuda en este libro-iceberg el relato emocional de la gesta antártica y la crónica de una travesía personal impulsada por el Viento Optimista o Viento Shackleton. En las 450 páginas, con profusión de fotos y mapas, de ‘Antártida’ (Ediciones del Viento), Carrera reconstruye las vidas al límite de los argonautas del sur: Cook, Ross, Scott, Amundsen, Shackleton, Mawson o Hurley; y recorre en paralelo los caminos de las expediciones científicas más recientes.

– ¿Qué cambios has podido observar en la Antártida en tu segunda expedición respecto a la primera?– ¡El paso del tiempo! La verdad es que es un buen motivo de reflexión, un poco buscado a propósito y un poco fruto del azar o el destino, que son dos compañeros de viaje recurrentes. Haber ido a la Antártida en 1986 y volver treinta años después, en 2016, es un lujo inesperado: ¿Qué ha cambiado? Para el tiempo cósmico de los volcanes y los glaciares, que se mide en millones de años, nada. Para la historia de la humanidad y del planeta, muchas cosas. Para mí, personalmente, todo. Son distintas escalas, que he procurado tener en cuenta durante el viaje y en el libro. La dimensión cósmica: el decano de los científicos españoles, Jerónimo López, que fue presidente del SCAR, me explicó a bordo del Hespérides que «el hielo de la Antártida es muy reciente, pues solo tiene 800.000 años de antigüedad»; es hielo adolescente considerando que el planeta tiene 4600 millones de años y que las rocas y las formas de vida más antiguas tienen 3700 millones de años. Esta escala produce vértigo ―como digo en el libro, yo no soy capaz de visualizar 3.700.000.000 años― y produce un asombro científico que invita a la humildad, a comprender dónde está nuestro granito de arena. La dimensión histórica ―sí somos capaces de visualizar la Edad Media o la pequeña Edad de Hielo― nos remite a la era actual, el Antropoceno, caracterizado por el impacto global de la actividad humana sobre el calentamiento del Planeta, la destrucción de la biodiversidad y sobre nosotros mismos. Esto es reciente: hace 30 años, cuando viajé a la Antártida por primera vez, el asunto candente era el agujero de ozono, pero no se hablaba de cambio climático (no existía Internet ni la globalización ni nada parecido). En tres décadas ha variado la perspectiva científica o industrial: pensemos en la pandemia del coronavirus. En esta escala humana, la Antártida nos envía continuos mensajes de alerta y me permito una reflexión: vivimos ahora un Estado de Alarma puntual y concreto, muy duro y creo que muy justificado, pero, ¿no deberíamos estar hace tiempo todos los países en Estado de Alarma permanente? Por último, en la escala personal, treinta años es toda una vida: el periodista que viajó en 1986 quería ser Conrad o Stevenson y vivir aventuras épicas como las de Shackleton; el viajero que ha vuelto en 2016 solo ha querido escuchar el mensaje emocional de la Antártida, que es profundo, intenso, limpio, sanador. Por eso mi libro es un «viaje al ecosistema de la aventura polar».– En el libro emprendes la difícil misión de contar la aventura de la conquista de la Antártida durante más de dos siglos, ¿falta información y educación sobre esta región del planeta?– La historia de la exploración polar ha sido contada muchas veces con tópicos, pero quienes la han narrado mejor son los propios exploradores, algunos de una talla literaria inmensa: te sugiero leer ‘El corazón de la Antártida’ de Shackleton. Las memorias de Cook, Scott, Charcot, Mawson o Hurley son libros extraordinarios, pero muy poco conocidos. Sí, falta formación sobre la Antártida, y por eso mi libro incluye una amplia bibliografía de la gesta antártica, de esas fuentes originales con las que he construido mi relato.– Describes tu obra como libro-iceberg, ¿lo consideras historia, ensayo, novela, relato? – ‘Antártida’ es un libro de viajes clásico que invita a los lectores y lectoras a una aventura apasionante, porque todo lo que se cuenta está en el límite de lo increíble, en otra dimensión literaria, donde la realidad supera a cualquier ficción. Cuando escribía las páginas sobre el rescate de Nordenskjöld o el regreso de Mawson desde el Polo Sur magnético, muchas veces pensaba «esto no lo va a creer nadie», porque son aventuras tan extraordinarias que superan a las de Allan Poe, Verne y Lovecraft juntas. En el libro hay varias mini novelas encadenadas, porque las vidas de Shack, Charcot, Hurley o Wild son vidas de novela. – Es gratificante la presencia de mujeres que destacas en el libro, resaltar la presencia de científicas es importante. ¿Hay paridad en la investigación científica polar o sigue estando masculinizada?
–La paridad antártica es similar al resto de la sociedad española. En 1986, la científica Josefina Castellví fue pionera, y su convivencia con el entorno masculino no siempre fue pacífica. Aquel año, yo compartí viaje con cuatro biólogas del IEO ―Ana Giráldez, Milagros Millán, Ana Ramos y Carmen Gloria Piñeiro―, también pioneras y estupendas compañeras, pero hubo a bordo quien pretendió que alguna de ellas le lavara y planchara la ropa.  Desde entonces, hemos mejorado mucho en igualdad y en actitudes, pero aún lejos de la paridad, no solo en el Ejército y la Armada, también en el CSIC y las universidades. En nuestra expedición hubo 17 científicas sobre un total de 70 investigadores: el 24%, cifra similar a la media del CSIC (aunque la proporción de catedráticas es más baja). Cuando celebramos en las bases el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, lancé un reto que sigue vigente: ¿Qué tal, señores del Comité Polar, del CSIC y de las universidades, si en las próximas campañas duplicamos el número de investigadoras?

– Una idea recurrente que mencionas a lo largo del libro es que lo que pasa en la Antártida nos repercute aquí, y viceversa, ¿por qué?
– El hilo conductor del libro ―o tendríamos que decir de la vida― es el destino, el azar. Hay mil razones para explicar por qué Amundsen llega al Polo Sur y regresa tan campante, y por qué Scott no lo consigue y muere en el intento; pero nada puede explicar por qué aquel pony cayó en aquella grieta, por qué una terrible tormenta de nieve o por qué el Endurance se enfrentó a un invierno distinto. En el libro hablo del efecto polar mariposa: el aleteo de una mariposa en Siberia produce un tsunami en Oceanía. Humboldt, el primer científico que observó este fenómeno (en el clima, en los volcanes, en las corrientes marinas), lo enunció de un modo sencillo: «Todo está relacionado». La lejía que echamos en cada lavadora, que va al río y del río al mar, acaba contaminando a miles de kilómetros. ¿Cómo es posible que científicos españoles hayan detectado plomo y mercurio en la sangre de los pingüinos? Ya les hemos enviado nuestras pilas usadas y nuestros micro plásticos; y de vuelta, la Antártida nos está empezando a enviar icebergs más grandes que Mallorca, desprendidos de la banquisa. Entonces, la Antártida no está lejos: está tan cerca que es nuestra casa y como tal debemos cuidarla.

– La Antártida también lanza un mensaje a la ONU y a las conferencias internacionales. ¿Cuál es este mensaje?
– Pues un mensaje contundente y muy oportuno en estos momentos de pandemia global. La Antártida es el único lugar del planeta sin fronteras, sin Estados, sin armas ni ejércitos, sin tarjetas de crédito y sin coches. Es un continente de paz, un hogar no menos común que Palestina o Siria, donde no somos capaces de entendernos y convivir. Sí, la Antártida también tiene un mensaje para la ONU, para las Cumbres del Clima, la diplomacia internacional y los ejércitos: es un territorio para la ciencia y para la belleza, para la meditación y la contemplación, allí mismo o aquí, desde la distancia; no importa lo lejos que estés, la Antártida está cerca. Es nuestra casa.
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