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‘Vakuna Matata’

17/12/2020
 Actualizado a 17/12/2020
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Es de 1º de Disney que en toda película de dibujos animados, y esta desde luego que lo es, hay una escena intermedia en las que los malos se ponen por delante. El Capitán Garfio siembra el caos en El País de Nunca Jamás, Cruella de Vil logra robar los cachorros de dálmata para su abrigo y, llevándolo al clásico de los clásicos, Scar y su ejército de hienas toman el mando del reino de Mufasa. Más tarde, en una escaleta estándar de animación, el orden queda restablecido a partir de un plan que comienza generando desconfianza en el bando de los buenos. En ‘El Rey León’, lo cual forma parte del legado que convierte la historia en inmortal, este punto de giro es a la vez toda una filosofía de vida: ‘vive y sé feliz’.

Supongo que el receloso mohín de Simba cuando un suricato y un facóquero le inician en el ‘Hakuna Matata’, ofreciéndole comer los gusanos que se esconden bajo una roca, se parece bastante al que todos ponemos al escuchar eso de que nos meterán unos pinchazos de ‘Pfizer’, de ‘AstraZeneca’ o de ‘Sputnik’. Las encuestas de esta semana dan la razón a los cuñados que ya están preparando su cena de Nochebuena y la desconfianza generalizada ante las vacunas sietemesinas es más que evidente.

Los abusos, por exceso y por defecto, explican parte de tanto miedo. En las situaciones traumáticas, nada convence. Por un lado, el Covid ha creado cierto síndrome de Estocolmo hacia las malas noticias en parte de la población. Por otro, ha estimulado aún más el gregarismo irreflexivo, ese que se manifiesta en una estampida de ñus por cada oferta del ‘Black Friday’. A veces, su resultado es tan crudo como en el desfiladero: el papá de alguien, de otro Simba con suerte, queda en el camino.

Hasta la fecha, nadie ha aportado ninguna prueba sólida para dudar de los resultados de Oxford y de las grandes farmacéuticas. Al tiempo, el trabajo y la formación de las mentes más brillantes del planeta, a disposición de las mayores billetadas imaginables, avalan las vacunas. Ellas son la única vía de regreso a ese truco, tan simple como efectivo, que Timón y Pumba nos enseñaron para vivir y ser felices. O, al menos, para intentarlo. Tal y como hacíamos antes de aquella ya lejana escena en la que los malos se pusieron por delante.
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