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Ut Caesar, cum affectio

17/12/2014
 Actualizado a 19/09/2019
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Uno de los mayores peligros para el hombre es él mismo. Creerse capaz de hacer aquello para lo que no está preparado, creerse lo que le susurran al oído halagadores interesados, no ser capaz de ver el desastre que se acerca y que puede acabar con él y arrastrar, cual vendaval, a todos aquellos que de él dependen, son algunos de los efectos secundarios de esta medicina. Ser capaz de ver el punto de no retorno antes de que este llegue es esencial cuando alguien se enfrenta a un gran reto. Cuántas veces esta es la línea que separa la vida de la muerte en alta montaña de manera individual o en pequeño grupo, pero lo es aún más en la política, la que algunos llaman alta política, entonces a nivel colectivo. Quiero reflexionar hoy, y lo haré algunas semanas más, sobre los que se acercan, voluntariamente, al mundo de la política. Quién ha llegado, cuándo ha llegado, cómo ha llegado, de la mano de quién ha llegado, cuánto ha permanecido o aún permanece, qué ha dicho que iba a hacer y qué es lo que realmente ha hecho, a qué retos se ha enfrentado y como los ha superado o ha sucumbido él (y nosotros) bajo su peso. Serían algunas de las preguntas que debiéramos tener en cuenta al valorarlos y enjuiciarlos socialmente. Qué formación debieran tener los que llegan o cuál es la que han tenido los que ya han estado o están (en primera línea). Qué les hemos pedido o exigido y qué les debemos pedir y exigir. Reflexiono sobre si un abogado reconvertido en director de televisión, un abogado laboralista, un abogado transmutado en inspector de hacienda con compañero “blesonado”, enterrador de animales y de cajas públicas, un abogado (a secas) que pasó del pupitre al escaño, y ahora un abogado que es registrador de la propiedad (que gran plaza, que esfuerzo memorístico para alcanzarlo, ¡cómo si eso fuera lo único importante!), son lo mejor que nos merecíamos o que nos merecemos. Para ti Caesar, emperador romano que me lees con sentido crítico, seguiremos reflexionando juntos.
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