"Una vez pintó a Franco de torero y no le dejó volver más por España"

Eduardo Arroyo protagonizó, coincidiendo con su exposición ‘La suite snefelder’, en el ILC, varios talleres didácticos en los que los niños interpretaron los mundos del autor y su propia biografia

Fulgencio Fernández
10/07/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Por estas fechas de julio siempre era noticia de carácter cultural en Laciana —y muy lejos de la comarca, dada la importancia de la misma— Los Encuentros Musicales que de la mano de Eduardo Arroyo traían hasta el valle, con especial presencia en Robles de Laciana, a grandes nombres de la música, la literatura, la pintura y otros géneros; amigos de Arroyo que se acercaban a su casa y a su pueblo, a su tierra, y regalaban a todo el mundo unas jornadas para no olvidar. Nunca faltaba a la cita la pianista Rosa Torres Pardo, pero la lista de quienes acudieron es inmensa, desde Víctor Manuel y Ana Belén a Enrique Viana o la soprano Ruth Rosique, desde Javier Solana a Marina Pardo, Arnoldo Liberman o el crítico Andrés Ruiz Tarazona... La lista sería enorme. El regalo mayor.

Por desgracia Eduardo Arroyo ya había decidido no seguir con los encuentros —ya se sabe lo desagradecidos que se suele ser con los generosos— pero sí seguía ligado al Valle, hasta su adiós, dejando incluso abiertos proyectos vinculados a él cuando falleció hace unos meses.

Ahora que Eduardo Arroyo no protagoniza las noticias de estos días de julio en el Valle cobra mucho más sentido, como recuerdo suyo, una serie de talleres didácticos que desde el Instituto Leonés de Cultura se realizaron en el año 2003 como complemento a una exposición de Eduardo Arroyo en la Sala Provincia, la titulada ‘La suite snefelder’. Decía entonces el responsable del Departamento de Arte del ILC, Luis García, que el resultado de los talleres —recogidos en un libro— era «una verdadadera joya, que ilustraba perfectamente cómo la didáctica aplicada al arte puede aproximar la realidad creativa desde una visión pura, la de los niños».

Eran niños de cortas edades, desde los tres años en adelante, los mayores tenían 11 o 12 años, y son verdaderas joyas tanto las reinterpretaciones que ellos hacían de las obras que componían la exposición de Eduardo Arroyo como de los numerosos autorretratos que el lacianiego se hizo. El complemento de los textos le da una frescura envidiable, como todo lo que sale de las mentes de aspirantes a artista de tan corta edad ¿Cómo lo recordarán ahora aquellos niños ya veinteañeros y treintañeros? ¿cómo influyó en su visión de un artista tan controvertido?

Basta para ilustrarlo la biografía que uno de los niños que asistió al taller escribía, interpretando a su manera su exilio en Francia, su relación con el franquismo y España... Escribe Begoña, de 8 años: «Estudió en un colegio francés situado en Madrid. Su madre era de Robles de Laciana. Quería ser escritor y estudió periodismo. Se fue a París y pintó. No le gustaba Franco porque gobernaba y decía que mandaba mucho. Una vez pintó a Franco de torero y no le dejó volver a entrar en España porque no le gustó nada el cuadro. Cuando murió Franco volvió a España y pudo pintar más cuadros».

Otro de los participantes ofrece una ingeniosa explicación de qué llevó a Eduardo Arroyo a dedicarse a la pintura cuando a él lo que le gustaba era escribir. Así lo narra Adrián, de sólo 7 años. «De pequeño fue a una escuela francesa donde hablaban todo francés. De mayor, a los 21 años, se marchó a Francia pero se encontró un problema, que si escribía en español en Francia no le entendían y decidió hacer retratos y exposiciones, porque cada vez dibujaba mejor».

Igual de frescas e ingeniosas son las explicaciones de las técnicas empleadas por Arroyo, como la litografía. «Fue inventada hace más de 200 años. Se dibuja sobre una piedra. Se necesitan lápices especiales, que tienen mucha grasa y se dejan secar. Se echa un ácido, con un rodillo se ensucia el dibujo y se pasa por el tórculo. Con él se pueden hacer las etiquetas de los quesos y de las latas».

Pero, sin duda, otra de las joyas que recoge el libro con los trabajos «que los niños participantes le dedicamos a Eduardo Arroyo» es una partitura de una obra que el entonces jovencísimo músico leonés Miguel Ángel Viñuela Solla, hoy toda una realidad, compuso basada y, sobre todo, inspirada en las obras de Eduardo Arroyo.

Una joya el libro «dedicado a Arroyo» y el recuerdo de los talleres didácticos y su eficacia para acercar el mundo del arte a las mentes más predispuestas a recibir todo lo que les llega. Y a contarlo después.
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