28/10/2020
 Actualizado a 28/10/2020
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La trapa del bar se desovilla con la fuerza de las manos de Andrés ‘el del bar’. El rugido metálico es el preludio a un golpe seco contra el suelo cuando acaba su recorrido. Canturrean las llaves primero en el llavero al sacarlas del bolsillo del pantalón, después dentro del bombín y vuelven a alborozarse antes de acabar mudas en el pantalón. «¡Hasta mañana!».

Quienes hace un momento apuraban la última cerveza del día, hacen ahora lo propio con un cigarrillo en la plaza antes de volver a casa. Con el bar ya cerrado, el silencio lo rompe ahora una ventana que también se desovilla y deja una luz menos a la plaza. Una calada más. Las miradas se pierden en los charcos, en el caracol que trepa una pared, en una farola fundida, en la hora que marca la pantalla del móvil. Las diez menos cinco. «Vaya panorama», piensa uno de los recién expulsados parroquianos mientras intenta enumerar todas las restricciones que tiene que poner en marcha. Son pocas, pero confusas; y cambian antes de que llegue el siguiente ordeño.

Este sábado no habrá despedidas hasta dentro de un rato, que serán todas hasta mañana. El bar ha cerrado y es la primera noche de toque de queda, eso de lo que te habló tu padre un día en casa que habían impuesto el día del golpe de Estado de Tejero allá por 1981. El virus ahora no va vestido de militar. Ni siquiera sabemos de qué va. Y el tiempo no acompaña. La humedad por la lluvia va calando en mitad de una plaza vacía en la que solo da calor el cigarro. El grupo se disuelve en retirada en un acto impensable hace no mucho tiempo. ¿Quién nos iba a decir que no íbamos a aprovechar el retraso del reloj para volver a casa de madrugada como siempre pero con una hora más en la cuenta de la noche?

El 29 de marzo el reloj avanzó. Nos quitó una hora de incertidumbre, nos dejó volver a casa de día después de ordeñar, nos avisó de que teníamos un pie en el verano y que el invierno era pan comido, que igual no lo dejábamos escapar, que aquello pasaría… Pero esta vez no, el tiempo no acompaña. Volvemos a casa más pronto, un poco más viejos, más confundidos… y con todo el invierno por delante.
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