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Una España infectada (de políticos)

29/03/2020
 Actualizado a 29/03/2020
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La deriva que está tomando la crisis del coronavirus en esta España de las chapuzas es penosa. Ni en los peores momentos –ni siquiera en los considerados como más difíciles, aunque no haya parangón con los de ahora– se había percibido tanto desequilibro y tanta insolidaridad de la mal llamada clase política que rige este país. O, al menos, con parte de ella. Porque a estas alturas del dramático sucedido a nadie se le oculta –ni tampoco se le distrae con mentiras orquestadas– que entre los miembros de esa privilegiada tribu de iconoclastas públicos, los hay que se comportan –al margen de los principios básicos de una convivencia ordenada– como repugnantes zafios. Como auténticos miserables.

La gente, enferma. Y se está muriendo por el perverso virus. Mientras, las familias, todas, sufren y se angustian. Viven pendientes de los hijos, de los padres, de los hermanos, de los nietos, de los vecinos… de todo el mundo sin preguntar distancias. Es lo que les dicta el ADN a las personas de buena voluntad. Y qué decir del heroico colectivo sanitario –médicos, enfermeras, auxiliares, limpiadoras, celadores, farmacéuticos, administrativos, conductores de ambulancias– y de esos otros tan imprescindibles como el de los taxistas, el de los autobuses, los transportistas, los empleados de supermercados, los quiosqueros, los operarios de la limpieza y recogida de residuos, los Cuerpos y Fuerzas del Seguridad del Estado, los bomberos… en fin, de todos y cada uno de ellos que se están jugando la vida. Porque se la están jugando de verdad. Con dos cojones o dos ovarios, que viene a ser lo mismo. Ellos también tienen familias y un futuro emocional.

Entretanto, ciertos ‘estadistas’ de pan y sardina, personajes que solo sirven para engordar sus bolsillos, parásitos de «alta cuna (y) de baja cama», que cantaba Cecilia, han convertido la pandemia en un debate político. En bronca barriobajera con tal de quitarse de encima responsabilidades. Y en vez de avanzar en la misma dirección, cargan de mierda el ambiente, lo enredan todo y parece que solo piensan en los réditos que puedan proporcionales la desgracia ajena. Es su repulsivo servicio a la sociedad.

Resulta lamentable que una situación ahogada en la tragedia se utilice de palanca para alcanzar objetivos personales y de partido. ¡Qué manifiesta asquerosidad! Y sonroja hasta el tuétano que aparezca una izquierda radical, cínica y ramplona retratada en la contaminante Irene Montero, la ministra de Igualdad, para, negando la mayor, blanquear la manifestación feminista y sus gravísimas consecuencias en Madrid el 8 de marzo. ¿Con la que está cayendo aún desconoce que la vida de los españoles es lo primero? No se ha debido enterar.
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