Una cantera inagotable

Vadim Muntagirov, Francesca Hayward y Natalia Osipova protagonizan un triple programa del Royal Ballet con obras de MacMillan, Ashton y Nureyev

Javier Heras
05/11/2019
 Actualizado a 05/11/2019
Uno de los números de danza a cargo del Royal Ballet. |  L.N.C.
Uno de los números de danza a cargo del Royal Ballet. | L.N.C.
Los programas múltiples del Royal Ballet son un regalo. En una misma noche disfrutamos de tres piezas en un solo acto, muestra de su amplio legado coreográfico y de su inigualable elenco de bailarines. Por un lado, veteranos como la madrileña Laura Morera, que milita en la compañía desde 1995, o el japonés Hirano, Prix de Lausanne en 2001. Por otro, recién llegadas como la brasileña Magri, de 24 años, o la fulgurante Francesca Hayward. Inglesa nacida en 1992 en Kenia, va a protagonizar junto a Taylor Swift la película 'Cats'. Aunque los focos apuntarán a dos estrellas rusas: Vadim Muntagirov, dos premios Nacional de Danza con apenas 29 años, y la solicitadísima Natalia Osipova (1986). Formada en el Bolshoi hasta los 27 años, en 2013 se trasladó a Londres. Ha merecido dos Golden Mask y tres Premios de la Crítica.

La velada, que se retransmitirá en directo en Cines Van Gogh este martes a las 20:15 horas, recorre medio siglo de danza: se remonta al clasicismo de finales del XIX pero también incluye a los dos pilares de la escuela británica. Primero será Kenneth MacMillan (1929-1992). Conocido por largos ballets narrativos como 'Mayerling', en 1966 elaboró su antítesis: el abstracto Concerto, sin trama ni profundidad psicológica, centrado en la pura danza. Acababa de convertirse en el director del ballet de la Ópera de Berlín, y en esta coreografía evaluó la técnica de sus bailarines. Requiere un preciso trabajo de pies, movimientos rápidos pero muy claros y elegantes.

Para la música, recurrió al ruso Shostakóvich (1906-1975), aunque eligió el infrecuente 2º concierto para piano, mucho más luminoso que sus sinfonías. Lo escribió en 1957 para su hijo Maxim, que cumplía 19 años y se presentaba al conservatorio de Moscú. Pretendía ser resultón a la par que accesible. En el primer movimiento, el corps de ballet marcha al unísono en puntas. El clímax es el lento pas de deux central, sobre un adagio romántico con influencia de Rachmaninov. Los pasos, lánguidos, poéticos y de concentrada simplicidad, se inspiran en los ejercicios de su musa Lynn Seymour, a la que MacMillan solía observar calentar en la barra. 50 años más tarde del estreno (un rotundo éxito que catapultó su carrera), mantiene su modernidad.

Si Frederick Ashton se considera el padre del estilo inglés, ‘Enigma Variations’ (1968) es su quintaesencia: trata de Edward Elgar (1857-1934), compositor de 'Pompa y circunstancia'. Esta sucesión de cuadros retrata a su círculo de amigos. Se ambienta en 1898, año en que escribió la partitura, en su casa de Worcestershire, con vestuario de época de Julia Trevelyan Oman. Su gran valía reside en los detalles. Por una parte, la temática: existen muchas obras sobre el amor, pero apenas sobre la amistad. Sin el apoyo de su mujer o su editor, Elgar no hubiera aguantado sus dudas creativas. Otra muestra de la inventiva de Ashton (1904-1988) es la suavidad de la danza, fluida y austera: «Nadie ha plasmado emociones normales con esta sofisticación», elogió el New Yorker. Sus personajes son creíbles, caracterizados mediante gestos concretos, igual que la refinada orquestación de Elgar recogía sus rasgos: la tartamudez de Dora Penny la imitan los vientos, entrecortados, y el mal humor de Arthur Troyte lo captan los timbales y platillos.
El programa concluye con el último gran ballet clásico. ‘Raymonda’, de 1898, fue un encargo de los Teatros Imperiales a Marius Petipa, el coreógrafo de ‘El Cascanueces’. Sin el fallecido Chaikovski, de la música se ocupó Alexander Glazunov, discípulo de Rimsky. Aún joven pero ya autor de 5 sinfonías, construyó una partitura romántica, rítmica e inequívocamente rusa.

Este romance situado en las Cruzadas dura varias horas en su versión completa, así que en Londres solo asistiremos al tercer acto. La acción ya ha concluido: los protagonistas se casan, y su banquete es el momento de desplegar divertimentos, danzas húngaras y coreografías llenas de técnica, gracia y chispa. Después de las versiones de Sergeyev o Balanchine, Rudolf Nureyev (1938-1993) lo llevó al Royal Ballet en 1964. El prodigio soviético, que acababa de desertar al Oeste, había bailado el papel del héroe años antes y reconstruyó de memoria los pasos. Perfeccionista como ninguno, elaboró otras cuatro versiones durante los siguientes 20 años, hasta la definitiva en la Ópera de París en 1983. Aparte de los fastuosos decorados, aportó matices psicológicos y virtuosismo, en especial para el bailarín, con saltos y variaciones peliagudas.
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