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Un geranio y dos hortensias

02/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Hoy es lunes en mi calle. Lo sé porque Sebas ha salido de casa a las nueve en punto. Camina despacio, como lo hace cuando tiene prisa, tanteando el suelo con pasitos pequeños, disimulando que las piernas se resisten, pero no le queda otra, que los lunes toca receta. Pasea a media mañana y al caer la tarde, cuando el sol caldea los huesos, pero no aprieta. Se sienta en el banco más alejado del parque huyendo del bullicio, apoya sus nueve décadas sobre un bastón y su único movimiento es cambiar el orden de los brazos, encima o debajo, momento que aprovecha para encajarse bien la gorra si el sol le alcanza los ojos. Otras veces descansa las manos en el regazo anidando una en otra como si guardara la vida en ellas, hace escala en el silencio y se abandona en un agradable letargo, deslizándose recuerdos abajo. Y le viene a la cabeza el nieto, que lleva cinco meses sin dar señales y decide que de hoy no pasa. Esa noche, en un acto de amor sin límites, mezcla garabatos temblorosos que empiezan y terminan como deben empezar y terminar las cosas. «Querido nieto… la nieve quiso escaparse un día… y me llevas al pueblo a ver cómo andan las cosas, por el geranio no hay cuidado, pero ya oíste a tu abuela que a las hortensias debe pegarles el sol por el este y regarse todas las semanas… me despido… Dios mediante». Deja escrito su único deseo, sabiendo que Dios no mediará y ni el hijo ni el nieto tendrán tiempo para llevarle a regar las flores, si es que han sobrevivido desde que las vio en Semana Santa. Así vive, consumiendo el tiempo tan despacio que parece que le va a durar para siempre.

Hoy es lunes en mi calle. No lo sé porque haya visto a Sebas salir de casa con pasitos pequeños. Lo sé porque he visto en LNC la noticia: «Encuentran muerto en su casa a un hombre de 91 años… un vecino lo echó de menos…». Hoy escribo desde la tristeza, preguntándome cuántos Sebas vivirán solos al otro lado de nuestros tabiques, sentados sobre la vida porque ya no pueden con ella, conformándose con un rayo de sol que entibie sus huesos, cruzando noches de soledad que son trocitos de muerte para ellos. Hoy me apetece ir a ese lugar donde mi vecino (que podría llamarse Sebas) ya es eterno, pedirle perdón y darle las gracias por embriagar el edificio de un entrañable olor a sopas de ajo y a nosotros, de su bendita resignación y calma. Me apetece ir a plantar a los pies de su tumba un geranio y dos hortensias, donde les pegue el sol por el este, para que nunca vuelva a morir estando solo.
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