mirantesb.jpg

Un cartel en pesetas

14/09/2020
 Actualizado a 14/09/2020
Guardar
Hay visitas, comidas, juegos, cartas... que se institucionalizan en la vida sin motivo aparente, sin que uno se dé cuenta, como sin responsabilidad sobre ello. Desde hace más de una década, sin pretenderlo, al menos conscientemente, todos los agostos se me arregla una visita a Cudillero. Cada verano aparece algún amigo que plantea la excursión asturiana porque no lo conoce o porque lo conoce y le gusta. No es lo más grave del asunto, sino que a fuerza de repetir el plan, mismos problemas para aparcar, mismo restaurante, mismo grado de pendiente de las cuestas, creo que hasta me he cruzado con otra gente en la misma situación que yo, que cuando se han dado cuenta ya llevaban doce, veinte o cinco años acudiendo irremediablemente al bonito pueblo costero. Estoy seguro de que a muchas personas les pasa con otros lugares o con otros eventos más o menos divertidos.

Puede que en el fondo subyazca un impulso atávico de peregrinación a estos lugares y que como las grullas o cualquiera de esas grandes migrantes una fuerza no identificada nos conduzca hasta puntos que tampoco dan para levantar una ermita. Yo he llegado a estas reflexiones gracias a los demás, que suelen saber mucho más de uno mismo que uno mismo, y lo que he descubierto es todavía más redondo, porque cuando ya te preguntan si no les enseñaste la señal, uno empieza sospechar que esa señal significa algo. Para unos el imán está en un templo majestuoso y para otros —espero no ser el único— el polo que atrae está en un cartel del Ministerio de Medio Ambiente que anuncia el acondicionamiento para un mirador y cuya máximo atractivo es que el coste el asunto todavía está en pesetas. Tiene que haber algo más en esta sutil fascinación por unas chapas rotuladas devoradas por la maleza, pero sin desgastarse apenas. Tiene que haber algo más, una brisa, un trauma, que una sencilla reminiscencia de los tiempos de los veinte duros.

Lo más leído