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Un burro volando

14/03/2021
 Actualizado a 14/03/2021
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El 15-M me dio siempre una pereza horrible. Me recordaba demasiado a esos onanismos asamblearios de la universidad en los que hembras y machos alfa llegaban al orgasmo con el sonido de su propia voz y, de paso, trataban de ‘seducir’ a quienes les escucharan. Escarbo en la memoria en busca de algún recuerdo positivo de aquel movimiento, que este 2021 cumple 10 años, y sólo encuentro uno con una sensación diferente: el asalto al Parlamento de Cataluña. Estaba en Barcelona, en el Primavera Sound, cuando la salvaje carga de Plaza de Cataluña que echó a los ‘indignados’ de allí, el 27 de mayo de 2011. Aquello parecía una peli del Oeste, con los mossos dando vueltas en las ‘lecheras’ alrededor de la plaza y disparando pelotas de goma al centro. Dos semanas después, hubo una concentración que bloqueó el Parlamento de Cataluña en la votación de los presupuestos: algunos diputados fueron agredidos, otros tuvieron que entrar y salir en furgón policial, y el presidente catalán (entonces Artur Mas), la presidenta de la cámara (Núria de Gispert) y otros 30 parlamentarios se vieron obligados a acceder en helicóptero. Por una vez, los políticos habían sentido miedo del pueblo. Por una vez, le habían visto las orejas al lobo. Sin embargo, en un año esos políticos maniobraron para darle la vuelta a la situación: Mas alentó una manifestación en la Diada bajo el nombre de ‘Cataluña, nuevo estado de Europa’. Dos semanas más tarde, convocó elecciones con el objetivo de materializar el lema de la manifestación: la independencia de Cataluña a través de aquel primer referéndum del 9-N de 2014.

Es decir, que cuando la masa enfurecida se aproximaba a ellos con las teas ardiendo, los políticos catalanes les hicieron la de: «¡Mira ‘pa’ ahí! ¡Un burro volando!». O lo que es lo mismo: «¡Contra nosotros no! ¡Contra ellos!», señalando a otros políticos, los del Gobierno central. Y lo más flipante es que les hicieron caso. Quienes un año antes eran apaleados por ellos pasaron a recibir otros palos por defenderlos, en una espiral de toxicidad y locura que continúa hasta hoy.

Por eso, y porque debe ser que ya ando cascado, he intentado que la vorágine política de esta semana me diese un poco igual. Los políticos saben perfectamente que frente al sentido crítico colectivo que quiere fiscalizarles, no hay nada mejor que agitar banderas identitarias, como en el independentismo, o hacer que se peleen los diferentes ‘followers’ de las ideologías, como ‘barras bravas’ de fútbol. El fracaso general de las administraciones en la gestión de la pandemia debería ser como una adrenalina que nos excite para hacer rendir cuentas a los que mandan. Pero preferimos entretenernos con sus alianzas, mociones de censura, traiciones y jueguecitos de poder. Y buscamos el burro en el cielo.
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