Un barrio nuevo al que llamaron ‘El Ejido’

Ejido: Del latín Exitus / Salida. Campo común de un pueblo lindante con el que se labra, donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras

Gregorio Fernández Castañon
18/07/2022
 Actualizado a 18/07/2022
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Que León es una ciudad sorprendente nadie lo duda. Y cada día que pasa, más. En el año 2006, por ejemplo, coincidiendo con el Cincuenta Aniversario del ‘Nuevo Barrio’, la autoridad competente, sacando un as de la manga, instaló un monolito en plena calle de José María Fernández para evitar, tal vez, las molestias que se pudieran generar en determinados contribuyentes al tener que acudir a un diccionario con las manos sucias y el cerebro frío. Y así, grabado en su piel pétrea, nos encontramos con todo un ‘regalo’ cultural, nada sospechoso: «EJIDO: Del latín Exitus / Salida. Campo común de un pueblo lindante con el que se labra, donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras».

Pues con la puesta de largo de este espectacular mojón informativo, ya casi está todo dicho: en los años anteriores a 1950, este barrio (Barrio del Ejido), tan próximo a la Catedral, no existía; salvo pequeños ‘islotes’ con vida humana (especialmente casas de campo/establos), lo que sí había eran prados y huertas que se extendían hasta la mismísima orilla del río Torío. Prados y huertas que, al encontrarse fuera de la muralla, eran propiedad de algunos vecinos, pero a la vez de nadie y de todos.

Qué curioso que, para que pasara el coche del señor alcalde –eso dicen–, en 1910, actuó la piqueta, esa malvada herramienta en manos de los políticos, y de un golpe certero (o varios) destruyó la puerta que unía el Obispado con la Catedral (Puerta Obispo), por donde los parroquianos y sus ganaderías acudían a los pastos y regresaban, por la tarde, a sus establos.

Sin querer, además de abrir una enorme brecha insustituible con la destrucción de una parte de la historia monumental de esta ciudad, se agrandaron los puntos de mira para ir, de paso, eliminando cosechas y presas de riego (con lugares estratégicos para los lavaderos) a favor de un nuevo ensanche de la ciudad hacia el Este. Nacía el Barrio de El Ejido. Y lo hacía en primer lugar de la mano de Restituto Ruano, quien en 1955 fundó la Hermandad de Jesús Divino Obrero, y al mismo tiempo por las propuestas de los propios jóvenes de dicha Hermandad que, constituyendo una cooperativa, iniciaron los trámites necesarios para construir varios cientos de viviendas.

En 1956 –tal y como quedó escrito en la piedra de otro monolito de la propia calle de José María Fernández– se adquirieron 25.000 m2 de terreno, que el arquitecto Ramón Cañas del Río distribuyó y proyectó para que aparecieran, sobre el papel, calles, jardines y edificios. Otras cooperativas se contagiaron con la iniciativa y, entre todos, lograron hacer realidad el gran milagro: construir viviendas, en su gran mayoría unifamiliares, para que fueran ocupadas por los habitantes de los pueblos anegados por los pantanos del Luna y Vegamián y, también, por personas de toda clase, especialmente obrera: autónomos, pequeños empresarios, ganaderos, empleados de la banca o de otras empresas de servicios, guardias municipales, etc. El ambiente de este barrio era, entonces, lo más parecido al que existía en cualquier pueblo: mi casa es tu casa y tienes la puerta abierta.

– Lo mismo te digo.
– ¿Te apetece un vino en mi jardín?
– Claro. Mañana pasáis al mío y degustáis el queso y los embutidos que acabamos de traer de la montaña.
– Eso está hecho. Nosotros llevamos la tortilla.

Y así hasta que la luna marcara la hora del sueño.
– Hasta mañana.
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