06/05/2020
 Actualizado a 06/05/2020
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Que no somos eternos yo ya lo sabía. Y no es que ahora lo haya desaprendido o profese creencia en lo imperecedero, sino que he descubierto cómo, en muchas de mis actuaciones, evitaba tal certeza. La ignoraba, no le prestaba la atención merecida en mi vivir los días, las experiencias y los actos que me conforman con consciencia de sus causas y posibles consecuencias. Y esto, aun cuando sí creo que la trascendencia más digna de ponderar es la que se pueda derivar de los propios actos, tantas veces ignota, y la recibida como resultado de los de otros. Prueba de la mala memoria o voluntaria ignorancia de mi finitud la dan mis aún ni mediada agenda del año, los planes tachados o aplazados sin fecha fija y, sobremanera, la sobredosis de vulnerabilidad real que, como a usted supongo, me ha invadido con esta pandemia que, en verdad, a todos nos ha aniquilado en uno o varios de los cinco primeros significados del verbo aniquilar. ¡Cuánto por reflexionar!

Que no vivíamos en el mejor y más justo de los mundos también lo sabía, como usted. Pero sin duda, quizá también como usted, viendo los sufrimientos de otras vidas en esos otros mundos que en este existen, creí con fe, ora crítica, ora ciega, que tenía la suerte de vivir en el mejor de los mundos posibles. Idealizado mundo que ahora, frágil, se tambalea alarmantemente, con consecuencias aún incalculables –donde hasta posibles medidas de paliación pueden sernos dolorosas, como siempre, a los de siempre (popular experiencia tenemos)–, por la propagación de un virus que es, ahora y en sí mismo, la incertidumbre, la discutida frontera entre lo que está vivo y lo que no puede estarlo. Como nuestro tejido económico y social con las dependencias productivas de uno y las perennes desigualdades patrias del otro (tercer país de la UE con más trabajadores pobres y en el que la pobreza infantil afecta a 1 de cada 3 niños). ¡Cuánto por cambiar!

Que las altas instancias del Estado siguen en sus planes de reconstrucción, de derribo o de real mutis por el foro, lo ve usted y lo veo yo. Mas este inesperado tambaleo y resquebrajo de la realidad, merced al estado de alarma, ha esclarecido los ciertos pilares del Estado: esos trabajadores que, desde varia labor, nos cuidan y logran cada día, con grave riesgo de su salud, que no nos falte de nada en este pandémico asedio. ¿Héroes? No. Para mí trabajadores responsables; para otros, meros útiles prescincibles. ¡Cuánto por agradecer!

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. ¡Esto lo superaremos!
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