¿Transición justa?

Alberto González Llamas
16/10/2019
 Actualizado a 16/10/2019
El clima está cambiando, el planeta no deja de calentarse, los combustibles fósiles están detrás de todo ello –se ha venido diciendo entre diferentes plataformas, desde amplios colectivos y ha calado en la valoración de la comunidad social–. Como consecuencia –han concluido quienes tienen capacidad para determinar la planificación energética–, hay que dar un vuelco concluyente que lleve en nuestro país a tomar la delantera hacia un modelo energético descarbonizado, apostando por las energías limpias, cerrar en España las minas de carbón y dejar fuera de uso las instalaciones de generación de energía eléctrica con carbón. La medida ya se ha aplicado y ni por lejos que alguien tenga una cuenca minera puede dejar de ver que esto tiene efectos perentorios demoledores sobre los territorios afectados. Se convierte desde su aplicación en un problema, no ya únicamente laboral y de pérdida de expectativas para el empleo, sino territorial, económico y estructural de primer orden.

¿Qué diríamos si a causa de una decisión política, con la adopción de medidas que transformasen las fuentes principales de empleo sobre las que se estructura toda su economía, la ciudad de León pasase a contar con apenas sesenta mil vecinos, que Valladolid dejase de crecer y bajara a ciento cincuenta mil o que de Madrid se marchasen, porque ya no encontraran empleo ni modo de vivir, más de un millón y medio de habitantes? Lo que ocurre es que no sucede esa inversión demográfica en la capital leonesa, la vallisoletana ni en la madrileña, sino en ayuntamientos como Villablino, Toreno, Fabero, Torre del Bierzo, Igüeña, Pola de Gordón, La Robla, Sabero… Y mucho me temo que para demasiada gente, para una extendida opinión pública, incluida la de parte de la provincia leonesa, son espacios incógnitos, poco menos que invisibles o imaginarios. No quedan de paso hacia ningún lugar importante, desligados de los núcleos urbanos en sus comunicaciones, periferia de la periferia. Reconociendo que a nadie le gusta cerca de su casa una planta de industria pesada, una central nuclear, una papelera, una factoría química, las formaciones de carbón están donde están, lejos de todo –nadie tiene culpa de ello–, pero el hecho de que después de un siglo de coexistencia, en algunos casos más, sigan tan apartadas no deja de encontrar responsabilidades, porque tampoco se puso gran interés en tender redes que uniesen aquellos puntos a las urbes, con lo que, con el estigma de las actividades ásperas, engorrosas, sucias, arriesgadas y con mala fama, lo mejor ha sido tenerlas lejos, fuera de la vista. En estos rincones orillados, los habitantes, a falta de otra cosa, tuvieron que contentarse con lo que tenían y quedarse para ellos en exclusiva los impactos medioambientales y de todo tipo –en estos días se cumple una triste efeméride, cuarenta años de un accidente que en el pozo María de Caboalles de Abajo dejara diez víctimas mortales, angustia que también conocen en la cuenca de Gordón, seis fallecidos, o en Fabero hace ya treinta y cinco años, donde fueron ocho–.

Por otro lado y a su costa, o con lo que aquí se producía, el país, la provincia, se desarrolló. No es una exageración decir que la industria carbonera sacó adelante a esta nación: el desarrollo del ferrocarril, el transporte naviero, siderurgia, altos hornos, fabricación de acero, cemento y, finalmente, la generación eléctrica en proporciones adecuadas para el despegue de todo tipo complejos fabriles en los años del auge económico entre 1959 y 1973 y que solo pudo llevarse a cabo cuando se contó con un suministro energético suficiente y garantizado mayoritariamente con la producción de carbón nacional.

La población asentada en las cuencas leonesas (asturianas, cordobesas, de Ciudad Real, Aragón o Galicia por supuesto en el mismo caso) no es culpable de las crisis medioambientales, y si se aferró a su única industria, es porque ninguna instancia competente, con poder de cambiar las cosas, abriera otro tipo de alternativas. Se defendió la minería no porque se estuviese ajeno a una necesaria sostenibilidad medioambiental, sino como el último recurso para llevar a cabo, desde la misma, un tránsito a otras ocupaciones.

Parece de lógica ir disminuyendo la presencia del carbón y su dependencia solo al tiempo que otras opciones fueran ganando peso. A pesar de esto, finalmente el Gobierno decidió avanzar mucho más. Fin del carbón. Como contrapartida –dicen–, una transición justa.Se dirá que es pronto para valorarlo, pero hace falta algo más que una lluvia de millones, que tampoco se ha comprometido con prodigalidad, para variar el rumbo emprendido, el que lleva a un montón de poblaciones, que durante décadas han dado vida a la provincia y sostenido las estadísticas de población que ahora caen en picado a sumirse en el mismo pozo en el que se ven regiones con gran dependencia de la ganadería o la agricultura, a vaciarse hasta acabar por desaparecer.

¿Es que no ven que no hay tiempo?, ¿que incluso actuando con verdaderadeterminación y voluntad política lo perdido ya no se recuperará?

Ya se ha probado en diferentes vertientes sin éxito a causa de múltiples factores, incluido el de la feroz competencia de otros ayuntamientos por llevarse a su término cualquier iniciativa que tuviera en sus planes orientarse a las comarcas mineras. En mi opinión, no la de un experto sino la de un vecino más, pero que ha visto ya frustrase un montón de posibilidades, solo hay un modo relativamente rápido y eficaz de parar la sangría. Considero además que es lo justo. Y es compensar la desaparición de la energía contaminante con aquello por lo que desde el Gobierno, y demás fuerzas que consideran conveniente hacerlo así, han decidido apostar. Si se pretende conseguir que todo el sistema eléctrico se base en energías renovables, es probable que su expansión alcance a un marco suficientemente extenso. ¿Por qué no empezar desplegando aquí diferentes fases de este proceso productivo con medidas fiscales, subvenciones, etc? Dirigir a su término aquello que vendrá a sustituir a las viejas fuentes energéticas: fabricación de compuestos para la industria eólica, plantas de ensamblaje, de almacenamiento solar, biomasa, etc. parece que es bastante justo ¿Por qué no le dan esa oportunidad a las cuencas mineras?
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