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Toque de queda y desmoronamiento

01/11/2020
 Actualizado a 01/11/2020
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No sé si seguirá sucediendo ahora, pero cuando empecé la universidad me sorprendió que en las discotecas más chungas conviviesen gentes tan dispares como magrebíes y neonazis. Tampoco es que lo hiciesen en armonía, pues las ‘movidas’ eran frecuentes y creo que era parte de la ‘gracia’ de aquellos tugurios de mala muerte. En este barrio somos demasiado aficionados a la sociología barata, pero hay que intentar evitar siempre la tentación del análisis: sólo destacar que aquella sensación de perplejidad de entonces vuelve ahora –sin la perplejidad; la vida ya nos curtió bien el lomo– ante los disturbios contra el toque de queda por la pandemia.

Lo de los desórdenes públicos es algo que sabíamos que iba a pasar desde que empezó esta película. Como cuando tienes la certeza de quién va a ser asesinado en los primeros 30 minutos de ‘Scream’ o algún otro de esos telefilmes de Halloween. Era cuestión de tiempo empezar a contemplar contenedores ardiendo, antidisturbios y todo lo que uno espera ver cuando el sistema se descompone. Porque hay un momento en que las cosas no son como deberían ser, sino que simplemente son. No deberían producirse aglomeraciones de protesta que favorezcan la propagación de la pandemia, no debería haberse permitido que la situación empeorase hasta este punto, no debería aprovecharse el desmoronamiento para el «qué hay de lo mío»... Pero todo eso sucede, y quizá en parte ha sido por nuestra propia fijación con el discurso normativo, en vez del descriptivo. Hume, y luego Kant, reflexionaron de manera muy interesante sobre esto, aunque no hay espacio para extenderse en problemas filosóficos.

El caso es que en los follones de Barcelona, Burgos o Bilbao nos encontramos con versiones opuestas. Unos dicen que la ultraderecha está detrás, otros señalan a la inmigración. La realidad, como en una película de Haneke, es mucho peor: se mezcla todo y aún más. La desesperación de quien está con el agua al cuello con el aburrimiento de quien no tiene otra cosa mejor que hacer y prefiere ver el mundo arder antes que morirse del asco. El asalto al Decathlon de Barcelona tiene un poco de eso. Podemos menear la cabeza diciendo que no debería ocurrir o podemos, sencillamente, abrir bien los ojos. La buena noticia es que no somos tan diferentes como creemos y hasta los supuestamente antagónicos caminan juntos por la calle cuando llegan determinadas circunstancias. La mala es que eso ocurre cuando el apocalipsis asoma a la vuelta de la esquina.
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