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Todos amuralados

17/10/2021
 Actualizado a 17/10/2021
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¿Qué hace bonito a un pueblo? Propiedades estéticas generales como la armonía, desde luego. La luminosidad y el estilo propio también, pero aquí, y por excelencia al juzgar los rostros, la última palabra siempre la tienen los ojos de quien mira. En los últimos años nuestra provincia ha completado una carrera para ponerse guapa, juzgan mis luceros. Cuando la recorría en furgoneta hace lustros la veía poco agraciada, quizá porque mis ojos estaban mediatizados por el esgurriatado parabrisas de la furgona, o porque me llamaba más la atención la mierda campante en las malditas escombreras ilegales y la basura voladora.

Además de a muchas otras acciones, puedo agarrarme a un hecho que evidencia el esfuerzo en lucir. Me refiero a la proliferación de murales. Igual somos la provincia de España con más pueblos amuralados. Un bonito récord solo con un riesgo, el del mimetismo. Sería una pena que después de sortear el obstáculo económico (mayor cuando la obra es a spray) los municipios caigan ovejunamente en el calco de la iniciativa lugar tras lugar sin la aportación de concepto alguno. Han de perseguir aquel, me parece, porque así luego podríamos afirmar (como en el catálogo de cualquier museíto) que los pueblos dialogan entre ellos como entre sí las grandes obras de la historia del arte, y nos fumaríamos un puro.

Lo pueden hacer especializándose en estilos o temáticas diferentes. Un buen referente sería Lago de Babia, con las obras, todas, en pintura acrílica de Manuel Sierra, con ese inconfundible y precioso estilo mezcla del espíritu de la revista Gesto (por la paz) y Miró.

En el extremo heterogéneo del enfoque, por el contrario, pero con garra contemporánea y rabia juvenil, están los pueblos cuyo corpus muralístico es producto de festivales como el ‘ArtAeroRap’ de La Bañeza o Grafiteando en Villaquilambre con resultados allí y en Villaobispo. El Graffiti Lovers de Cistierna sí dejó un dibujo que destaca por icónico (o quizá sea culpa del insistente de mi colega que, como ha restaurado la casa de su abuela, cada amanecer dominical cuelga la foto de la ¿calabaza? sonriente en sus estados).

La historia y la tradición las reivindican Astorga con obras de Dadospuntocero y Sahagún con las de Alejandro Lorenzana. Pero el verdadero golpe de efecto conceptual, de intensidad dinamitera, sería que Dr Hoffman llenase paredes de gigantes stencils negros en pueblos de pasado minero como Ciñera o Pola de Gordón. ¿No te parece, Noemí Sabugal?
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