Tiburón: turistas en el menú

Por Ángel Suárez Corrons

Ángel Suárez Corrons
08/07/2021
 Actualizado a 02/09/2021
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El clásico veraniego por excelencia, quizá la obra maestra de Steven Spielberg, mil veces vista pero incapaz de dejar de sobrecogernos, mil veces imitada pero nunca igualada. Arranca esta sección de películas tórridas con el terror marino por antonomasia, el Tiburón que impresionó al mundo en 1975, prepárense porque los turistas están a punto de llegar a las playas de Amity.

Ubiquémonos, para empezar. Si nos disponemos a ver una película veraniega americana puede que en nuestra mente empecemos a escuchar a los Beach Boys y que nos lleguen imágenes de las playas de California o de Florida. Pues no, en esta ocasión el típico verano americano tiene lugar en la costa de Rhode Island. Digamos que sería como confundir el veraneo de Benidorm con el de Ribadesella, pero en América las diferencias se magnifican: mientras que Miami y Los Ángeles se encuentran a la altura del Sahara Occidental, las playas de Rhode Island coinciden con la de La Coruña. Y ese aire mítico, de misterio, de esoterismo, que está tan presente en las costas de Galicia, del Cantábrico, y en las de más al norte de Europa, tiene un hermano menor en el neogótico de Rhode Island. Sus paisajes son los de Edgar Allan Poe, los de los cuentos de Lovecraft, en Nantucket arranca la oscura y genial Moby Dick.

En estas costas de veranos cortos y climatológicamente inciertos hay pueblos como el Amity de la película de Spielberg, que a pesar de depender económicamente del turismo no han sido engullidos por gigantescos complejos hoteleros, que conservan su vieja idiosincrasia tejida por generaciones de marinos y pescadores. El lugar perfecto para que el hombre pueda enfrentarse de nuevo con el ancestral Leviatán.

Spielberg, que entonces tenía 28 años, se encontró por casualidad con el manuscrito de la novela de Peter Benchley y se interesó por dirigir la película. El realizador contó con el novelista para escribir el guión, pero con la inestimable ayuda de otro guionista, Carl Gottlieb. Una anécdota magnífica para los amantes de las curiosidades cinematográficas es que el guionista Carl Gottlieb interpreta en la película al director del periódico local de Amity, mientras que Peter Benchley asume el papel del locutor de televisión que cubre la noticia de los ataques del tiburón. En un plano de telediario, micrófono en mano, Benchley cuenta mirando a cámara el argumento de su propia novela: «Una nube ha aparecido en este bello lugar, una nube en forma de tiburón asesino».

Steven Spielberg era casi un desconocido. Había dirigido varios telefilmes, algunos extraordinarios, como El diablo sobre ruedas (1971), o el primer episodio de Colombo (1971), pero Tiburón, con su espectacular éxito de taquilla, y las nominaciones al óscar a la mejor película y al mejor director, fue su catapulta.

Ahora bien ¿qué es lo que hace de Tiburón algo perfectamente diferenciable de sus secuelas e imitaciones? Para empezar estamos ante una obra que funciona sobre la base del lenguaje cinematográfico en el sentido más puro de la expresión. El terror no se nos muestra mediante sangrientas dentelladas, nos invade a través de recursos claramente hitchcockianos. En el arranque de la película, y en muchas de las escenas más estremecedoras del film sólo vemos tomas submarinas, agua, con los acordes estremecedores de John Williams. El horror no se ve, pero se siente, sabemos que está ahí, como cuando los personajes de Los Pájaros se encierran en la casa de la familia Brenner y sentimos, sin verlas, la opresiva presencia de las aves a su alrededor. La muerte de Chrissie, el primer ataque del tiburón, es una reedición del asesinato de la ducha de Psicosis, donde la violencia se plasma en el montaje y no en las acciones y el espantoso estado de sus restos apenas se muestra, nos llega a través a la actitud del joven policía que lo ha descubierto.
En segundo lugar, el guión de Tiburón se sustenta sobre los personajes, perfectamente descritos a través de geniales pinceladas de diálogo, muy frecuentemente cargadas de un humor sutil e inteligente. Martin Brody (Roy Scheider), el jefe de la policía local, el hombre corriente, familiar. Representa el sentido común frente a los intereses económicos de la localidad que defiende Larry Vaughan (Murray Hamilton), el alcalde de Amity, asistido del forense y de la prensa.

El carácter mítico del mal al que se enfrentan requiere una respuesta igualmente mítica, representada por Sam Quint (Robert Shaw). La presentación del personaje es magistral. En mitad de una tensa asamblea ciudadana, alguien rasca con las uñas una pizarra en la que está dibujado un gran tiburón con un hombre entre sus fauces. Eso, más unas escuetas frases de diálogo, es suficiente, ya sabemos que el viejo marinero es el único capaz de hacer frente a la amenaza. Más adelante, contará su experiencia en el naufragio del Indianápolis, que redondea el carácter legendario del personaje. Quint y el tiburón son el capitán Ahab y Moby Dick, son los clásicos personajes de la tragedia griega.

El contrapunto del mítico Quint es el biólogo marino Matt Hooper (Richard Dreyfuss), igualmente obsesionado con los tiburones, pero desde un punto de vista exclusivamente científico y racional.

La partida está en juego. Los tres hombres se embarcan a la caza del tiburón, y comienza una nueva película de diferente género. Un film clásico de aventuras en la mar, épico, incluso alegre. Este punto de inflexión es la tercera clave de la película. Se trata de la parte más comprometida de la producción, porque décadas antes de que pudiesen utilizarse recursos digitales lo único con lo que contaba el equipo eran tres tiburones robóticos de una tonelada cada uno que se estropeaban continuamente. «75 personas en el equipo de rodaje y 15 barcos en medio de mareas y corrientes que hacían cambiar constantemente la posición de las embarcaciones», diría Spielberg. La duración del rodaje se triplica. En esta situación, el director se deja aconsejar por su equipo. Lo cuenta el director de fotografía Bill Butler: «Cuando estaba en alta mar rodando con Spielberg le dije: ‘En la caza del tiburón no se pone de relieve la alegría de ir a por él’. Y si hay algo que siente un pescador es la alegría de la caza. Pregunté dónde estaba en el guión esa alegría. Al día siguiente estaba en el guión».

En los años 70, el éxito de la película y la súbita aparición de la genialidad de Spielberg asombró al mundo y dio lugar a numerosas interpretaciones filosóficas y políticas. Incluso hubo quienes vieron en ella una representación del Watergate. No se asusten. Tiburón es sólo una película de suspense, terror y aventuras, pero una de las que hacen época, crean subgéneros y, sobre todo, nos permiten disfrutar siempre por más veces que la hayamos visto. Especialmente en verano.

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