Tengo el alma prisionera

«Así, al amor del humo, asocié la fisonomía del andarín con una leyenda vigente en estos contornos, ¡caí en la cuenta de haber saludado al judío errante!»

Casimiro Martinferre
03/05/2015
 Actualizado a 07/09/2019
Tengo el alma prisionera. | CASIMIRO MARTINFERRE
Tengo el alma prisionera. | CASIMIRO MARTINFERRE
Por entonces yo hacía un pequeño estudio sobre pinturas rupestres prehistóricas, en los roquedos cercanos a San Pedro Mallo. Solía dejar calzado el bólido en el centro del pueblo, con dos ladrillos, a falta de freno manual. En esas estaba cuando vi venir al hombre por un callejón, a pasos muy decididos, y por momentos en el contraluz pareció fantasma. Anciano de melena cana, larga barba plateada, apoyándose en un cayado. Lo imaginé perfecto informador de tradiciones. Devolvió tembloroso el saludo, estrechó mi mano tendida, pero no se detuvo, iba a escape. Quedé con la frase a medio acabar. Decepcionado, saqué la bolsa de tabaco que me regaló Lucas, pizco a pizco llené la cachimba, demorándome en cada hebra, en cada tropezoncito de maría. Así, al amor del humo, asocié la fisonomía del andarín con una leyenda vigente en estos contornos, ¡caí en la cuenta de haber saludado al judío errante! Aceleré tras sus pasos para interrogarle, no encontrándole en parte alguna, ni en las calles ni en los alrededores. Inspeccioné el barro de los caminos, hallando las pisadas de siete leguas, el hoyo inconfundible del palo. Había arrumbado hacia el corazón de la cordillera, donde, según contaban, tenía un ataúd de nieve y cuarzo.

Los indicios señalan a Catafito, el judío errante. La historia, trasmitida boca oídoentre generaciones, me la refirieron por primera vez en marzo de 1988. Ese mismo mes la publiqué en el semanario Aquiana, junto a un reportaje fotográfico. Ahora la transcribo, tal y como está grabada en casete.“Cosas de la abuela, en paz esté, ¿sabes? E… eé. Decía que un mozo, pues…, vamos, que apareció en Braña la Pena, donde hacía vecera una moza pastora; y se conoce que él, pues claro, quería sus favores, ya me entiendes… ¿comprendes? Con engaños la fue llevando, llevando, al Llano del Abedul, un poco más allá, a la Boquetina, hasta el pico de la peña la llevó. Y al ver que no pudo…, vamos…, ya me entiendes… ¿comprendes?, pues la tiró de la peña abajo. Y claro, la moza faltó, y faltó y faltó. Naturalmente, las gentes se echaron a buscarla. Encontráronla muerta, claro, en la llera que se ve ahí, ¿sabes? Y me decía mi abuela (son cosas que no se pueden creer aunque sean verdad), e… eé, decía que cuando traían en la parihuela el cuerpo de la pobre, ¡tate, tate!: la sangre corría sólo hacia las manos del asesino (vamos, son cosas imposibles de creer, vaya). Porque fíjate, el malvado iba también en la partida de busca. Por eso lo descubrieron. Y después, pues lo llevaron apresidio, muy lejos. Luego, contaba ella, qué sé yo los años que pasarían, estaban lavando unas mujeres en la fuente el Campo, donde más tiempo da el sol de invierno, ¿comprendes?, cuando llegó un viejo muy viejo, con las barbonas blancas ya del todo y la melena blanca, blanca, preguntándoles qué peña era aquella sobre la que brillaba el sol. Ellas respondieron que la del Valdiglesia, y entonces él dijo: “Valdiglesia, Valdiglesia, nunca yo te conociera. Por haberte conocido, tengo el alma prisionera”. Sin decir palabra más, cogió la Cuesta la Reguera, e… eé, y a medida que iba subiendo daba grandísimos alaridos, porque, ¿sabes?, por su crimen lo condenó el cielo a un sufrimiento perpetuo en este subiáu, ¿comprendes? De tarde en tarde hay quien ha visto al viejo, y oído los alaridos allá en las breñas (son cosas que no son de creer, si no las mamas). Este es el sucedido, ¿le funcionó el aparato?”

Dejo consignada la existencia real del mito, la certifico tan de veras como que estos ojos serán pasto de gusanos. Su aspecto era achacoso, casi acabado, de donde podemos deducir que una de las rutas de Catafito pasa por aquí en dirección al Valdiglesia, en el cual padecerá en forma de anciano barbudo. Todo indica que el universal vagabundo enfermará de senectud, morirá en estas laderas y en estas laderas resucitará con apariencia joven, reiniciando el eterno peregrinaje por el orbe. Y ha de regresar a estos pagos cada vez que envejezca, a penar el crimen de la pastora, a morir y resucitar. Así por los siglos de los siglos hasta la Parusía, amén.

Salientes, marzo de 1988

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