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Teletrabajo, ma non troppo

08/06/2020
 Actualizado a 08/06/2020
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Es posible que el teletrabajo nos haya sacado de algún apuro en los últimos días. En la universidad, por ejemplo, que es la experiencia que puedo citar con conocimiento, el trabajo virtual no es en absoluto extraño ni nuevo, y ahora ha adquirido protagonismo con mayor o menor fortuna. No cabe duda de que el teletrabajo, o el trabajo a distancia, deberá configurarse como un elemento muy importante en la docencia, y también en la vida, en el futuro, quizás en el futuro inmediato, pero en absoluto como el sistema fundamental y decisivo para ejercer nuestras actividades, ya sean docentes o no.

En este afán casi compulsivo que algunos parecen tener de que la pandemia signifique un punto y aparte en nuestras vidas, de que salgamos de ella renovados y muchas de nuestras rutinas cambiadas para siempre, es decir, de que todo esto suponga una transformación social poco menos que similar al Renacimiento, convendría tener, como en todo, un punto de mesura.

Lo que cabría pensar es en un diseño mucho más fino y mucho más empático de la acción política. Dejarse arrastrar por las modas, o por las ingenierías mediáticas, que tanto mandan (pronto sustituirán a las cabezas pensantes que vayan quedando), no parece tampoco lo más acertado. La reflexión calmada y profunda debería sustituir, con urgencia, a las políticas que globalmente propugnan la superficialidad, o la simpleza. Quizás algunos gurús están convencidos de que es más fácil domesticar a la población a través de decisiones que a menudo imitan las técnicas del márquetin y la publicidad que mediante un pensamiento profundo y complejo. Este pensamiento profundo es, en mi opinión, el ingrediente salvador de las democracias.

Ahora, como resultado de estas semanas de confinamiento, el teletrabajo vuelve al primer plano como gran solución inmediata, especialmente en el campo de la docencia. Sin embargo, son muchas las voces que claman, con toda justicia, que nada puede compararse a la presencialidad, que la educación debe ser fundamentalmente presencial, y que la virtualidad debe ser lo excepcional, salvo en circunstancias como las que hemos vivido. O salvo en aquellas instituciones que han sido diseñadas expresamente para el trabajo a distancia desde el origen y que atienden a quien, por diversas razones, no puede acudir físicamente. Si de la universidad hablamos, a pesar del enorme trabajo desarrollado en estos días difíciles, tanto por profesores como por alumnos, es muy probable que no todas las disciplinas de todas las titulaciones puedan desarrollarse adecuadamente mediante el trabajo remoto. Y lo mismo sucede en otros niveles educativos, donde el esfuerzo virtual también ha sido considerable.

Las tecnologías no sólo son muy interesantes, sino que son imprescindibles. Y lo serán cada vez más. También en el ámbito educativo, por supuesto. Lo que no pueden es convertirse de pronto en la solución única, o poco menos, o en el pretexto para cambiar cosas que han funcionado, no durante años, sino durante siglos, de manera muy provechosa. Aquí hemos defendido muchas veces la necesidad de extender de manera sistemática las redes de internet de banda ancha a todos los rincones, especialmente al mundo rural. Por lo que he leído estos días, esa es una de las intenciones primordiales de la Diputación de León. Y me alegro mucho de que así sea. Es una manera de terminar con las desigualdades. Una de las mayores desigualdades se produce en el acceso al conocimiento: y no podemos permitirlo. El talento anida en cualquier parte: en el último pueblo, en la última montaña. Hay que favorecerlo. Y, por supuesto, hay que favorecer que las personas con pocos recursos tengan un acceso total, sin un ápice de discriminación, tampoco tecnológica, a la educación. Esto ha de ser algo innegociable.

Por tanto, uno se congratula de que la tecnología se extienda, con redes de calidad, a todas partes, y que un alumno que vive en un pueblo pequeño, incluso en un lugar aislado, tenga las mismas oportunidades que el que vive en el corazón de una ciudad. Sencillamente, no es aceptable que sea de otro modo. Naturalmente, habrá que ayudar (económicamente, sí) a que los estudiantes puedan contar con dispositivos que les permitan aprovecharse de esas redes que nos prometen para su mejora académica. Muchas instituciones educativas lo han hecho, en la medida de sus posibilidades, durante estos días. Pero habrá que hacerlo con mucha más intensidad.

El salto hacia adelante en el mundo tecnológico que la pandemia puede impulsar me parece perfecto. Siempre he creído, y así lo he escrito en numerosas ocasiones, que nuestros pueblos declinantes y nuestra España vaciada quizás fueran distintos si ofrecieran a la gente una calidad de vida que va más allá del estupendo entorno natural. Si queremos que no mueran los pueblos, demos oportunidades reales. Conozco a muchos que trabajarían encantados en un contexto rural, aunque fuera en labores no relacionadas con el entorno, pero no pueden hacerlo porque no se dan las condiciones. Esto es lo que hay que cambiar. Hay países europeos en los que la calidad de vida de los enclaves rurales es tal, incluyendo servicios y tecnología, que nadie piensa en moverse a una ciudad bulliciosa o contaminada, si puede evitarlo. Quizás la pandemia nos enseñe por fin la importancia de construir más casas familiares, donde las zonas verdes sean un elemento básico, a potenciar la habitabilidad sostenible, amable, lejos de esa idea que ha primado durante tanto tiempo en nuestro país, según la cual la calidad de vida en el hogar se subordinaba a otros criterios, como si la vida en casa fuera algo secundario.

Dicho todo esto, y elogiado el progreso tecnológico que sin duda puede ayudar al desarrollo en muchos lugares (en conjunción con otras acciones), quiero volver a la primera idea de este artículo, en la que expresaba mi escepticismo sobre el teletrabajo como herramienta que pueda suplir, por ejemplo, a la educación presencial. Es verdad que cambiarán cosas: tal vez ya no sea necesario realizar reuniones presenciales, si eso implica, por ejemplo, conducir muchos kilómetros y contribuir así a la contaminación. No soy de aquellos que defienden la presencialidad por el mero hecho de justificar horas en un lugar concreto: eso también cambiará. Pero la educación en todos sus niveles, tal y como la conocemos, me parece que no debería perder algo consustancial al Humanismo, que es la presencialidad, la atmósfera educativa de los lugares, la necesaria socialización, la alegría de aprender juntos. Así que, al menos en esto, teletrabajo sí: ma non troppo.
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