08/01/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Me temo que como en muchos otros hogares, en el mío se sufrió una invasión de tecnología en la mañana de Reyes. Móviles, tabletas y ordenadores portátiles han ocupado puestos muy altos en las cartas dirigidas a sus majestades en estas navidades, incluso en las de los más pequeños, que ya no sólo piden videoconsolas.

El fenómeno se amplifica en las primeras comuniones, en las que el regalo estrella, y a veces el verdadero objetivo del acontecimiento para el niño, es el móvil con conexión a internet, lo cual no deja de ser paradójico si tenemos en cuenta que en España la edad mínima de acceso a las redes sociales es de 14 años, y que el propio servicio WhatsApp limita su uso a mayores de 16 años, casi el doble de la edad a la que suele hacerse la primera comunión.

Los peligros psíquicos y sociales que los expertos achacan a la precocidad en el abuso de la tecnología –y del móvil en particular– son de sobra conocidos, déficit de atención, retrasos cognitivos, problemas de aprendizaje, aumento de la agresividad, falta de autocontrol, adicción, o incluso otros de orden físico, como la obesidad infantil. El óptico leonés Ignacio Vidal, que hace pocos meses participó en un proyecto en el que graduó a más de mil nepalíes de aldeas remotas afectadas por terremotos se encontró con que la miopía infantil es prácticamente inexistente allí donde los niños siguen jugando y relacionándose sin una pantalla de por medio.

Sin embargo, en muchas familias asustan más los riesgos de la prohibición: soportar las rabietas y arriesgarse a que el niño sin móvil se convierta en el raro de la clase, excluido de las conversaciones del grupo de WhatsApp y en la rampa de salida del acoso escolar.

En estas procelosas aguas, la mayoría de los padres tratamos de navegar en el complicado término medio que se encuentra entre la permisividad total, por cierto bastante extendida, y obligar al niño a vivir como un amish, supuesto menos frecuente pero que también se da. Las aplicaciones de control parental y la limitación del uso de la tecnología a determinadas horas o días de la semana pueden ayudar, pero creo que la alternativa correcta es, como de costumbre, la que más esfuerzo cuesta. Que el niño vea la tableta no como un prohibido objeto de deseo, sino como una alternativa más, tan divertida y atractiva como una manualidad, un juego de mesa, una actividad física o un libro, es un trabajo que requiere una intensa dedicación por parte de los padres, quizá sea esa la raíz del problema.
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