13/06/2022
 Actualizado a 13/06/2022
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La lluvia de fuego de estos días, que un poco se templa por las noches, obliga a abrir las ventanas y si se tiene la fortuna de estar en el pueblo, a salir a la puerta a charlar con los vecinos, si los hay. Surgen las memorias de otros tiempos, cuando salíamos en tropel un recua de guajes que nos desperdigábamos por las calles y las huertas escondiéndonos del desafortunado al que tocaba merodear en nuestra busca. Bendito escalofrío el de las noches que exigían sudadera. En la infancia y en la juventud el cielo siempre está más despejado o más gris, los truenos rugen con más fuerza, los rayos son más intensos, las gotas más gordas y las nubes más blanditas, porque en la juventud y en la infancia las nubes se tocan y, por supuesto, las estrellas brillan más que nunca, alumbran, iluminan y dejan un rastro que es realmente de millones de años aunque estemos hablando de dos o cuatro décadas. Nunca el firmamento es más bonito que en Nochebuena, cuando hiela y asomo al corral a las tantas de la madrugada. En ese momento, la lanza del carro, la única constelación que conozco, espera sobre la huerta, sin pernillas porque es diciembre, a que llegue el verano y se cargue del fruto de la espiga que brotó del grano que murió en el surco. Las iglesias también están más frescas cuando se es niño y, afortunadamente, no se comprende lo que dicen los curas porque cuando se comprende lo que dicen los curas es porque algo duele, porque sales al corral en la madrugada y comprendes que se tocan el cielo y la tierra en la punta de la lanza del carro, en la Vía Láctea hecha Camino o en las perseidas que durante dos o tres noches, cuando avisaba el parte, subíamos a ver desde el alto. Me cuesta sacudirme el oficio, pero no esuna candidatura a la Agencia Espacial. En Secos no nos hacen falta telescopios, ni curas, para saber que somos polvo, de estrella o de regadío, lo mismo da, y que lo de agosto no van a ser lágrimas de San Lorenzo, sino las nuestras. Nunca parecieron tan fugaces.

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