29/12/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Dicen los que vienen de fuera que España es el país en que mejor se vive del mundo y que no somos conscientes de lo mucho que tenemos. Sin duda hay países más ricos, pero si fuéramos a Estados Unidos, Japón o Alemania, por citar algunos, comprobaremos fácilmente que aquí se vive bastante mejor. No es menos cierto que quienes peor hablan de España son los españoles y que hay muchos españoles que no aman a España, llegando incluso a aborrecerla y a renegar de ella. Somos así de raros. Es verdad que éstos son minorías, sin embargo ahora parece que la mayoría se ha puesto de acuerdo en hacer de España un país ingobernable.

Cuentan que alguien se dirigía a Dios enfadado, echándole en cara los políticos que nos da, pero que Dios le dijo: ¡So memo, los que tu votas! Y así es. No podemos echar la culpa a nadie más que a nosotros mismos. No obstante, a veces nos equivocamos y somos injustos, pues España ha tenido buenos políticos. Hace poco despedíamos a Adolfo Suárez y todo el mundo reconoce que ha sido un político ejemplar, pero, mientras gobernaba, tuvo que soportar una oposición cruel, dentro y fuera de su propio partido. Y, además, la gente dejó de votarle. Ha tenido que enfermar y morir para que se reconozca unánimemente su valía.

Estamos completamente seguros de que si hoy muriera Felipe González, Aznar o Rajoy, ocurriría algo parecido. Pero es que en realidad han sido buenos gobernantes y España ha progresado mucho con todos ellos. Habrán tenido errores, pero muchos de los que los critican no lo hacen porque estén convencidos de que hayan gobernado mal, sino por el ansia de poder. Lo que resulta difícil de entender es cómo el pueblo español se está dejando embaucar por mensajes de falsos redentores y demagogos que sólo nos pueden llevar la ruina moral y material.

Se entiende que quienes siguen siendo víctimas de la crisis estén desesperados, porque no encuentran trabajo, porque no ven claro el futuro; pero es mejor que, en lugar de ponerse en manos de quienes hacen promesas engañosas, quienes han venido gobernando se unan para tratar de corregir errores y afrontar con realismo la situación. Se entiende que especialmente los jóvenes que ven frustradas sus legítimas esperanzas desconfíen de quienes no les estánayudando a realizarse, pero olvidan que puede ser peor el remedio que algunos les ofrecen que la enfermedad. Por eso sería muy bueno que los grandes partidos olvidaran sus egoísmos particulares y se pusieran de acuerdo para evitar un suicidio político.
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