12/12/2019
 Actualizado a 12/12/2019
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Ando esta semana más esnortado de lo habitual, porque participo en un curso de lo que se ha dado en llamar gestión del tiempo y me toca madrugar más y salir a la carrera de la morada para llegar puntual como alumno aplicado que soy. Nos dicen que no miremos mucho el correo o que demos la vuelta al móvil para gestionar mejor nuestro tiempo. ¡Dios mío! ¡Quién pudiera jondear el teléfono al medio de la plaza de Santo Domingo! ¡Quién pudiera cerrar esa infernal ventana por la que lo mismo se asoma una información crucial que una docena de imbecilidades como lo que vamos a engordar estas navidades o la estimación de cuánto cuesta la manutención de una mascota! No es fácil desprenderse de estas herramientas tecnológicas en un momento en el que el cada vez menos noble oficio de juntar letras se encuentra cada vez más enlatado y mermado de efectivos. Imagino que tampoco he gestionado el tiempo como es debido después de haber estado casi un cuarto de hora mirando a las musarañas en busca de una idea para llenar estas líneas. Y notará por el tono de las mismas que no estoy muy convencido con perder tiempo hablando de gestión del tiempo, pero no queda sino resignarse y recordar aquello de que el saber no ocupa lugar.

De todos modos, la gestión del tiempo es muy importante cuando de la cosa pública se trata. Me estoy refiriendo en este caso al tiempo del cielo, al que nos cuenta Brasero cada día, y digo que es muy importante porque no hay mayor riesgo para cualquier político que no gestionar bien una nevada (o no triunfar con la iluminación navideña, lo que deja claro la escasez de luces de gran parte de esta nuestra sociedad).

Y quizá en eso tengamos parte de culpa los que nos dedicamos a juntar letras, por convertir en noticia que nieve en noviembre o que haga calor en julio, pero también es cierto que la gente está habituada a que se lo den todo frito y migado. Ya lo decía Miguel Alejo –socialista de los de verdad, no como los de ahora– al llegar el invierno: «Muchos viajan en camisa y, si hace frío y pasa algo, quieren que llegue la Guardia Civil para ponerles un anorak y unas botas, colocarles las cadenas y encima darles un sopicaldo».
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