17/07/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Estos días de julio anda por León el médico uruguayo Roberto Conessa, uno de los 16 supervivientes de los 45 tripulantes del avión que cayó en los Andes y quedó sepultado en la nieve a 4.000 metros de altura. Los 16 de la suerte hubieron de sobrevivir hasta conseguir ayuda. «No había agua, había que hacerla. No había alimentos, había que comer a los compañeros muertos. La carne humana sabe como a vaca», asegura el entonces joven estudiante de medicina, de 19 años.

Roberto Conessa llega a un León en la que, según la última estadística, una de cada cuatro personas se encuentra en peligro de miseria, y en la que, para más Inri, la población está tan envejecida que, en el caso de llegar a aquellos extremos de tenerse que comer unos a otros, sabríamos, además, a vaca vieja. Así que, ya lo ven ustedes, tantos siglos la humanidad preguntándose (en realidad cuatro locos nada más, eso es lo cierto)por la esencia (el ser) y la trascendencia (la circunstancia) del humano animal, y ahora resulta que no somos nada más que eso: comedores de hierba.

Prueba de ello es que ahora que la mayoría de los españoles celebramos los veinte años de aquel estallido de claridad (de humanidad) que supuso la reacción masiva contra el asesinato de un joven llamado Miguel Ángel Blanco, por parte de un sicario nacionalista, y tan solo porque el otro era distinto, y pensaba distinto, y amaba distinto, y soñaba distinto, y era distinto, ahora, digo, todavía hay quienes, aún con buena voluntad, nos cuentan que se ven condenados a llevar el estigma de pertenecer a un tierra, la de Ermua, el lugar de los hechos, por haber salido en aquella ocasión a la calle enarbolando la bandera blanca del joven muerto y suplicando el fin de la violencia. «Nos miran mal en los pueblos de al lado, tan solo por ser de Ermua», declara su alcalde en Onda Cero (11.7.17).

Somos tiempo, proclaman unos; somos lo que perdemos escriben poetas; somos sueño, dijeron los del siglo de oro; somos materia, solo materia,aseguran los escépticos; sois como dioses, nos susurran, para perdernos, los demonios. No olvidemos que César, el gran César, llevaba detrás de él siempre a un augur que le repetía machaconamente: «Cesar, eres sólo un hombre». Pero, lo que, al fin, sabemos, es que somos vaca. Y eso se lo debemos a este superviviente que anda estos días por nuestro León, el mismo en el que de cuatro personas, una se encuentra en peligro de entrar en la miseria.

¿Somos lo que soñamos, o lo quecomemos?
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