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Somos de lo que no hay

04/11/2019
 Actualizado a 04/11/2019
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Sostiene Luis Mateo Díez, el escritor de Villablino, que «todos tenemos un pasado de nieve». Se refiere a los leoneses. Con esa cantinela hemos vivido conformes todos estos años y pensábamos que así podríamos seguir hasta que a todos nos hubiera trasladado ya la muerte desde este mausoleo de olvido en que yacemos hasta una eternidad aún menos confortable, allá en los aledaños del infierno. Pero, no.

En su última, recientísima novela: ‘Juventud de cristal’ (Alfaguara), por boca de su protagonista, Mina, una joven leonesa atrabiliaria, como no podía ser de otra manera, nos cambia el chip y nos propone una visión nueva: «Somos de lo que no hay». Y ahora sí que sí. Ahora ya es definitivo. Claro que nada se contradice un pasado de nieve con un presente en el que se admite la singularidad de una forma de ser casi imposible, casi rayando en la no existencia, y ello viene confirmado por la última noticia de que León es la provincia que más se va deshabitando y con mayor cantidad de viejos.

Cuando pinta un cine de barrio de aquellos de nuestra infancia, ahora sumido en el abandono, parece que esté retratando toda la provincia a la que compara con un barco: «Había adquirido en el abandono la misteriosa sutileza del barco que encalló a punto de que el naufragio fuera a producirse, cuando ya la tripulación había saltado por la borda y quedaba un remanso de olas y canciones en el eco de la navegación». Y ahora que venga todo el jurado que acaba de conceder el premio nacional de narrativa a una malagueña joven que dicen que declara que prefiere una Barcelona ardiendo que con los bares abiertos, a ver si es capaz de mejorar esto.

«No había punto de comparación», escribe el Mateo hablando de una escena de cine vista en aquella sala en la que había «un príncipe grimoso que se hacía pis en la cama». Igual que no la puede haber entre la forma de entender la literatura en estos tiempos con la de aquellos en los que la provincia era un lugar nevado del que teníamos que salir de estampida hacia Madrid, Bilbao o Barcelona, para buscarnos las habichuelas. Juzgar a un novelista por sus declaraciones siempre es un riesgo inútil. Pero hacerlo por lo que dicen los personajes de sus libros es ir a tiro fijo. Habrá que leer a la tal malagueña Cristina Morales para dilucidar si ocurre lo mismo.

«No se nos perdona a los viejos que seamos jóvenes». Conclusión a la que llega el de Villablino. Y puede ser cierto.
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