23/11/2022
 Actualizado a 23/11/2022
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Escucho y leo los adjetivos ‘des-calificativos’ que la ministra Irene Montero lanzó contra la judicatura toda y vuelve de nuevo a desagradarme, y mucho, la simpleza deliberada, vivo reflejo del conmigo o contra mí, instintiva y rápida defensa de la propia posición a falta de otros argumentos. Conozco suficientes miembros de la judicatura que me invalidan totalmente tan pobre y visceral descalificación y, a mayores, aun fuese razonable y cierto su yerro, recuerdo los primeros renglones cortos de mis ‘Maitines laicos’: «Procura / no dejarte envenenar, / no rendirte, / no igualarte a nada de lo repudiado». Mas, sin decir que no por tales afirmaciones no merezca críticas, es mi opinión que, en forma alguna, se justifica la virulencia de los ataques que contra dicha ministra se lanzan desde los sectores más vulgares, capciosos y reaccionarios de nuestro espectro político. Escasez de argumentación, abundancia de insultos. Pena.

El domingo me levanté temprano. Leí sobre el mundial de la vergüenza (espero que nadie me riña), me informé sobre los acuerdos de la cumbre del clima y concluí que, una vez más, al humano y universal deseo de ‘good morning’” se había impuesto el calculado, tal que eternos fuéramos, ‘god money’. Pena.

Tarde me he acostado desde el domingo hasta hoy martes, día en que escribo. Y sigo preguntándome a qué, si existente, desconocido legislador habría de instar para que minore las penas de la polivalente y omnipresente ‘Ley de Vida’. Zaherida tengo la memoria de muy buenos momentos vitales, profesionales unos, privados otros. Me han crecido las ausencias de personas admiradas de cuya calidad humana aprehendí, me enriquecí, ayudaron a hacerme. Cómo olvidar las intervenciones en la Junta de Gobierno de la Universidad de don Eduardo Zorita, su visión de lo que habría de ser tal institución, cómo su relato oral del desafío que le representaba, convaleciente de un cordial aviso, el objetivo de llegar desde la plaza de Guzmán hasta la lejana plaza de toros. Cómo olvidar la bondad y paciencia para conmigo de mi jefa y mejor compañera, Carmen Martínez Rey. Cómo la discreta y elegante complicidad de Sebi el del Montecarlo, Bar que él me hizo Casa desde la primera noche. Penas.

Por estas penas, por todas ellas y más, digo que ya no sé si también es que «mi reino no es de este mundo» (Juan 18, 36) o si he de endurecer la república de mí mismo, mi espíritu. Será que envejezco, porque «no, no soy un hombre sensible», solo «soy un hombre sobrecogido».

Buena semana hagamos y tengamos y ¡Salud!
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