Sobre las denuncias falsas

Por Sofía Morán de Paz

Sofía Morán
08/12/2019
 Actualizado a 08/12/2019
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Cuando Ana Orantes salió en televisión contando su historia, no existía la violencia de género. Hablaban de crímenes pasionales, violencia doméstica, conflictos matrimoniales o asuntos de alcoba. No había noticias, ni debates, no había minutos de silencio, ni concentraciones de repulsa. Seguían siendo cosas privadas, trapos sucios que lavar en casa.

No es la primera vez que les hablo de Ana Orantes, ella quería contar su historia, y el 4 de diciembre de 1997, acudió a uno de esos programas de testimonios, tan de moda en los 90, donde se desahogó explicando los 40 años de palizas que había sufrido por parte de su ya ex marido, José Parejo. «Vinieron no guantadas, sino palizas. Toda su cosa era cogerme de los pelos, de darme contra la pared. Me ponía la cara así. Yo no podía respirar, yo no podía hablar porque yo no sabía hablar, porque yo era una analfabeta, porque yo era un bulto, porque yo no valía un duro. Así han sido 40 años», decía, como quien cuenta que ha ido al supermercado esa misma mañana, con la naturalidad que te da lo cotidiano.

No había ley Integral contra la Violencia de Género, no había órdenes de alejamiento, ni medidas específicas de protección para estas mujeres, tampoco profesionales formados en este tipo de violencia, que es, por si aún no lo saben, diferente a todas las demás.

Así que Ana, que había denunciado a su marido por malos tratos hasta en 15 ocasiones, acató la sentencia de divorcio que le tocó, y que la obligaba a seguir compartiendo techo con su agresor, ella en la planta de arriba, y él, en la de abajo.

13 días después de su aparición en televisión, y tras una salvaje paliza, José Parejo la roció con gasolina en el patio de la casa que compartían, y le prendió fuego.

Ese año hubo 91 asesinatos, y Ana Orantes fue la tercera quemada en vida. Su testimonio y su muerte, avergonzaron a esa sociedad que había preferido no saber, que había aceptado esa violencia hasta hacerla invisible.

Pero ya no quedaron armarios ni alfombras donde esconder tanta mierda. Y tres días después del tremendo asesinato, los partidos pidieron reformas legales para atajar el problema, y pudieron acelerarse importantes cambios legislativos.

Su muerte tuvo una repercusión inaudita, y sin duda, supuso un punto de inflexión en la lucha contra la Violencia de Género.

Sin embargo, ahora, 22 años después de aquello, hay quien me pregunta por qué coño tiene que existir una ley Integral contra la Violencia de Género. Ana Orantes es mi respuesta. Y el resto de mujeres que mueren cada año. Y las que sobreviven. Y las que lo sufren, pero no lo denuncian. Y todas y cada una de las estadísticas que nos dicen que, la violencia que surge en las relaciones sentimentales es ejercida, mayoritariamente y de manera abrumadora, sobre las mujeres. Y esta es, se pongan como se pongan, una realidad incontestable.

Pero hablemos ya de las denuncias falsas, que siempre terminan por ensuciar todo lo demás. Es urgente afrontar ya este debate, disolver el tabú y evidenciar que, como ocurre con otros muchos delitos, también se producen situaciones de engaño en los juzgados de violencia de género. Las denuncias falsas son una realidad, y las pájaras que utilizan una ley como esta para obtener réditos de sus parejas o exparejas, también. Por eso hay que mejorar las herramientas disponibles, depurar procedimientos, investigar, perseguir y castigar este tipo de denuncias, que son el combustible perfecto, para los que quieren tumbar esta ley, para sus teorías ‘conspiranoicas’ y sus argumentos falaces.

A ver si se enteran ya, de que defender esta ley, no es creer (ni querer) que las mujeres tienen más derechos que los hombres. Dejen de convertirlo todo en una guerra de sexos.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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