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Sobre James Ellroy y nuestro presente

27/04/2015
 Actualizado a 09/09/2019
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Frente a mí, en un hotel de Galicia, aparece repantingado el escritor James Ellroy. Ahí está, muy serio, con su inevitable camisa hawaiana. Junta las manos, una y otra vez, como si ese gesto le protegiera. Me mira directamente a los ojos, no desafiante, o quizás sí. Y repite su frase favorita: «No tengo ningún interés en el presente». A partir de ahí, sólo habla de su libro (‘Perfidia’, publicado por Random House). El libro, en efecto, no se refiere al presente. Es una historia que discurre durante veintitrés días de diciembre de 1941, en Los Ángeles, su ciudad, justo después del ataque de Pearl Harbor. Así que si uno quiere seguir allí, durante la media hora que le han concedido, sabe que tiene que hablar de eso, de la construcción de la historia de América a través de unos cuantos policías, y algún boxeador, que son los personajes que han acompañado a Ellroy durante su vida literaria. Novela negra para construir la Historia. Una visión de un tiempo peligroso pero, por lo que veo, un tiempo que el escritor norteamericano disfruta, y que convierte en literatura de primera clase.

Varios días después los telediarios nos devolvían las imágenes de terribles naufragios en el Mediterráneo. Centenares de emigrantes desaparecidos, barcazas que se iban a pique. El horror. El Mediterráneo, que no es inocente pero sí intensamente azul, se va cobrando un peaje de muerte, va poblando su antiguo lecho, en el que yace una cosecha de ánforas, con la amarga semilla de miles de cadáveres. La historia violenta del mar que nos construyó no es nueva, pero ahora llega hasta la quietud de nuestras casas con esa nitidez de la alta definición. Esas imágenes nos acusan. Por eso me pregunto cómo es posible que a Ellroy no le interese en absoluto el presente. ¿Quizás por eso? ¿Quizás porque el presente está lejos de ser confortable? El escritor tiene motivos: su madre fue asesinada cuando él apenas contaba diez años. El presente terminó ahí para él. El resto de su vida consistió en reconstruir el territorio arrebatado, en vivir dentro de una burbuja. Se desconectó del mundo. Luego, produjo una literatura que se abre paso a machetazos, a puñetazos dirigidos a la mandíbula del lector. Decidió prescindir de la televisión, cuyo vientre nos trae tantas desgracias. No quiso tener teléfono móvil, ni ordenador. Adiós a todo eso. Mientras contemplo en la pantalla el mar sembrado de dolor cerca de Lampedusa, pienso si es posible digerir tanta injusticia. Pienso si podremos con el presente, si soportaremos los gritos que nos acusan. Nosotros ya no podemos desconectarnos, amigo Ellroy.
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