Síndrome prevacacional

Por Alejandro Cardenal

26/05/2021
 Actualizado a 26/05/2021
Amo cabecea un balón frente al Sabadell. | LALIGA
Amo cabecea un balón frente al Sabadell. | LALIGA
Cuando iba al instituto, mi época favorita del año −aparte del verano, evidentemente−, era esa semana que transcurría entre las evaluaciones y las vacaciones de turno, una especie de ‘limbo’ en el que existía un acuerdo tácito entre alumnos y profesores para rebajar el ritmo después de los exámenes y no perder el tiempo avanzando en materia que, después de 10 o 15 días fuera del aula, habría que volver a afrontar desde cero.

Durante esos días de síndrome prevacacional había dos tipos de profesores. Los de la vieja escuela acostumbraban a pasar el trámite a base de películas y documentales. Eran tiempos de VHS y televisiones con más culo que pantalla y por lo general el catálogo era limitado. Creo que entre 2º y 4º de ESO podría haber hecho una tesis doctoral sobre ‘La Lengua de las Mariposas’, que la primera vez que la vi me marcó, pero tres veces en dos años me parece una ración de Fernando Fernán Gómez demasiado elevada para un adolescente.

Luego estaban los que aprovechaban el vacío legal para hacer las actividades que durante el curso normal se hubieran topado con la censura previa del mítico jefe de estudios cansado de la vida.

Una de aquellas actividades y probablemente la culpable de que hoy esté aquí escribiendo estas líneas fue hacer una revista. Cada alumno asumía un rol y yo, pensando que era más listo que nadie, me pedí ser director. Hay que ser gilipollas.

Aquello fue un infierno. Si los profesores estaban pensando en las vacaciones, imaginad cómo estábamos unos chavales de 15 años a los que les estaban dando carta blanca para rascarse los huevos.

Entre el que había suspendido y quería boicotear la revista por venganza, la que se creía Maruja Torres y me entregaba 18 versiones diferentes del reportaje que le había tocado y los que directamente pasaban del tema, puedo decir que mi primera experiencia en una ‘redacción’ fue bastante traumática, aunque también es cierto que consiguió que me picase el gusanillo.

El caso es que si me dieran a elegir, preferiría volver a intentar dirigir aquella banda de hormonas pasotas que haber estado en el pellejo de Bolo esta semana.

En una temporada totalmente atípica y con los deberes ya hechos, ¿cómo se puede mantener la tensión y la motivación de un futbolista? ¿Cómo convences a un jugador al que has exprimido al límite para luchar por ‘playoff’ de que ahora tiene que seguir vaciándose por nada?

Sí, para la Deportiva la diferencia económica entre quedar octavo y duodécimo es notable, pero vamos a ser honestos, para un futbolista que no sabe a ciencia cierta dónde va a estar en apenas un mes, dudo que la salud financiera del club figure entre sus principales preocupaciones.

Tras nueve meses con una carga de partidos pensada únicamente para llenar los bolsillos de esos que hace unas semanas defendían que el fútbol era de los aficionados –a los que no dejan ir a muchos estadios ni con distancia de seguridad–, aunque no sea justificable ni permisible, es hasta comprensible dejarse llevar. Es el síndrome prevacacional.
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