25/04/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Antaño todo eran siglas. Desde los Estados a las opciones políticas, pasando por las corporaciones o los automóviles. Uno de los últimos gobernadores del Banco de España aún es citado con el horrible acrónimo de MAFO. Saberlas todas parecía cosa de iniciados, inventarse una sonora palabra compuesta de iniciales, tenía algo agorero: los wasp, los yuppies... Pero las siglas, como las patillas de hacha, han pasado de moda, otra víctima colateral de la crisis.

Las marcas que triunfan se enuncian de manera nominativa: ya no hay PC, hay ‘smartphones’, ni hay SMS, sino ‘whatsapp’. Los organismos con siglas son siniestros: el FMI, el FROB, la FIFA, el CNI, la OPEP...; cosas frías o antipáticas como el DNI o el IVA... La troika o el ‘eurogrupo’ escamotean siglas, y la antigua OTAN es la Alianza atlántica. Las siglas son crípticas y críticas. La URSS (o CCCP) fue derrotada por un par de palabras eufónicas: perestroika y glasnot. Los USA usurpan el nombre de América y la CEE, luego UE, pretende ser la Unión, aunque sea todo menos eso precisamente.

Los partidos políticos huelen a rancio cuando se pronuncian sus siglas, de ahí que intenten actualizarse. Con poco éxito, ya que los ‘socialistas’ no se han comportado como tales y los ‘populares’ no lo son en absoluto. Triunfan otras cosas: Podemos, Ciudadanos, Ganemos… palabras con la voluntad acogedora de la primera persona del plural, que al mentarlas nos envuelven. Todos somos ciudadanos y todos podemos ejercer esa soberanía que dicen tenemos, precisamente, los ciudadanos. De tal evidencia, su encanto. Pero de ahí también el hueco inquietante que habita su interior cuando, más allá de su campo semántico, se rastrea su sintaxis, el lugar que ocupan en un discurso, y no encuentra nada. O peor, halla lo de siempre. Transitamos de las frases sin verbo ni predicado de los viejos acrónimos, a verbos y nombres a medio predicar, pendientes de contener, de definir, de hacer. De un pretérito imperfecto a un futuro indefinido.
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