Siete de la mañana

25/02/2020
 Actualizado a 25/02/2020
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Siete de la mañana, Dru pide pis y toca poner sus cuatro patitas en la calle, que se suman a mis dos, sorteando las cacas de otros congéneres, no solo él. El césped ha dejado de ser verde en el recoleto espacio que separa la acera del vial ya hace tiempo y la calle se ha convertido en una amalgama de chicles pisoteados mesturados con colillas aún humeantes y los vestigios de un contenedor que cada día aparece fuera de sí mismo. Siete de la mañana y la imagen no da para alegrías. A alguien le corresponderá pasar un trapín por la ciudad, pienso. Pero la limpieza perdida y su navegación durante tiempo subida a un bulldozer sin rumbo, destrozando el paisaje urbano no es el tema que toca. Pocas veces toca si no es para hablar de conflictos empresariales, judiciales, de capirotes políticos ode recibos que se dilatan con la caloré. Primer café compartido en el bar de abajo, al pie de la acera de las cacas, los chicles y las colillas. Y el problema que nos visita a Dru y a mí antes de las primeras luces, es el que lidera las conversaciones. En el primer puesto: estamos olvidados, hay que reivindicar lo que pagamos. A las barricadas. Segundo y plata para: ¿habéis visto que pegajoso está el suelo? Este barrio está podrido. En el tercero se consolida un creciente síndrome de Estocolmo: La verdad es que somos unos cerdos. No tendrían que limpiarnos si no ensuciáramos. Parecemos niños de pañal sin brazos. Sea como fuere, el podium va de eso y no del Mundial de Ciclismo de 2014. Pero es eso lo que abre los periódicos, la búsqueda de culpables de una cita de éxito. Otro síndrome debe ser este, porque se mete en la barrena del delito un evento internacional que hizo historia en Ponferrada. Y, fuera de los juzgados, eso solo remueve algún estómago mal comido y cifras millonarias que hacen chirivitas en los entornos de las siglas. Pero el Mundial no limpió mi barrio ni viene ahora a hacerlo. Y vuelven a ser las siete, eso siempre toca.
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